09 octubre 2007

El relato del Anticristo

Llevaba tiempo en mi larga lista de lecturas pendientes, pero cuando vi que el Cardenal Biffi destacó su valor profético y lo llevó a los Ejercicios Espirituales que predicó este año al Papa y a la Curia; y cuando, después, comprobé que el propio B XVI lo cita en su inagotable Jesús de Nazaret, decidí que había llegado el momento de acometer su lectura. Afortunadamente es fácil de encontrar gracias, una vez más, a Antonio Arcones y a su Criteria Club de Lectores.

Como es sabido, se trata de un opúsculo que el ruso Vladimir Soloviev escribió en 1900, poco antes de morir. Participa de las corrientes apocalípticas de los fines de siglo, y su finalidad principal era oponerse al influjo de las tesis religiosas de Tolstoi, en las que casi todo tenía cabida (reducción de la religión a simple ética). Viene precedido por los llamados Tres diálogos, de los cuales sólo el primero, sobre el uso legítimo de la fuerza, tiene interés. Los dos restantes son perfectamente prescindibles, el segundo por excesivamente localista y el tercero por tostón.

En cuanto al relato propiamente dicho, es de lo más recomendable. Profético a la par que divertido. El Anticristo es un personaje carismático, todo él talante, pacifista, vegetariano, con un doctorado en teología por Tubinga, y autor de un libro titulado El camino abierto hacia la paz y la prosperidad universal (parecido a La paz perpetua del Tartarín de Königsberg). Aclamado por las masas, les proporciona tranquilidad y bienestar; fomenta el consenso y presenta una visión superadora y unificadora de las religiones. Por supuesto, es masón. Genera adhesiones incondicionales entre la población (eso es precisamente lo que busca, sumisión incondicional, alienación), también entre muchos católicos, ortodoxos y protestantes. Es todo amabilidad de cara al público y ocultista y satánico in the shadow. Proporciona a los hombres todos los bienes materiales, pero les hurta lo que más necesitan. Al final… Bueno, mejor os lo leéis.

Desengañaos. Aunque por la descripción anterior pudiera parecerlo –y aunque me consta que ha habido algunas discusiones más o menos jocosas al respecto en los mentideros madrileños– Zapatero no es el Anticristo. Desde luego, no será por su falta de interés en poner los medios, pero ¡más quisiera él!

A lo sumo un cutre aprendiz de brujo.