24 abril 2008

Caracas

He regresado triste y sin ganas de escribir sobre Caracas, pero los amigos son los amigos.

Está ubicada en un lugar paradisíaco. A pocos kilómetros del mar Caribe pero a mil metros de altitud, en un valle rodeado de montañas de hasta tres mil metros. El marco es precioso y la temperatura es siempre suave y constante. Por la noche refresca. El país es bellísimo y sus mujeres también (no todas están recauchutadas). Es El Dorado: grandes yacimientos de de oro y de diamantes, y sobreabundancia de petróleo, ese oro negro, con el barril por encima de los 100 dólares. Llenar el depósito de gasolina vale ¡un euro! Sin embargo no hay leche en las tiendas, y la inmensa mayoría de la población vive en situación de extrema pobreza. Es además una de las capitales más inseguras de Iberoamérica, con secuestros y asesinatos en el orden del día.

Y para colmo de males, tienen a Chavez. No es posible describir la situación de opresión a que está sometiendo el país. Es marxismo puro cuya mecha ha prendido, como siempre, por las tremendas injusticias existentes. Y también como siempre, el remedio está siendo mucho peor que la enfermedad: más inseguridad, más pobreza, más opresión, hospedando y financiando a las FARC, apoyando el infierno cubano y sometiendo a los venezolanos a un régimen de dictadura intolerable, para exaltación y lucro del dictador. En la televisión, campañas permanentes de agit-prop: locutores encorbatados en el telediario diciendo que Uribe es un corrupto financiado por el narcotráfico y que Bush es un borracho y un asesino peor que Hitler (palabras literales). Chabacano, hortera, cutre, demagógico y tremendamente nocivo.

Como no he estudiado el tema, no encuentro razones convincentes que expliquen el porqué de tanta pobreza de unos muchos y tanta riqueza de otros pocos (uno de mis colegas venezolanos acababa de vender una finca de 70.000 hectáreas). Me parece que la única explicación plausible es la estrictamente antropológica: nuestra condición de pecadores y la prevalencia de la avaricia sobre la justicia.

Con lo que, extrapolando, llegamos a lo de siempre: no sólo de pan vive el hombre... y hacen mal el PP y los tecnócratas creyendo que elevando la riqueza desaparecen los problemas. No. Los problemas estarán ahí hasta el final de los tiempos, porque yo, pese a tener lo mío, codiciaré lo tuyo. La solución, en última instancia, pasa por el amor al prójimo. En fin, un lío.

23 abril 2008

22 abril 2008

La Ginzburg

Decididamente, no soy grafómano. He vuelto de Caracas con cosas que contar, y la verdad es que no me apetece escribirlas. ¿Que por qué entonces este blog? Quizás por un difuso e inaprensible sentido del deber, y desde luego porque estar en la blogosfera, aunque sea con un blog-guadiana como éste, me ha proporcionado varias amistades estupendas y me ha descubierto lecturas imprescindibles. Sin ir más lejos, gracias a E. G-M. descubrí a Trapiello, y gracias a Arp (y al propio A.T., ese otro amigo que la literatura me ha dado), acabo de entrar en el universo Ginzburg.

En el avión de vuelta de Caracas he leído con verdadero placer Las pequeñas virtudes. Es una delicia, literatura de la buena. Ahí van mis impresiones. En primer lugar, es una literatura esencialmente femenina, como lo es la de la propia Flannery O'Connor. Para que luego digan las memeces esas de que el género es una opción. Sólo una mujer percibe la realidad como Ginzburg la percibe y puede escribir como ella escribe, con esa delicadeza, esa intimidad y esa especialísima sensibilidad. No digo que los hombres seamos romos, rudos o torpes, sólo que nuestra aproximación a las cosas es diferente, o al menos a mí me lo parece. En segundo lugar, esta mujer tiene el don de la emoción, y hasta su tristeza es dulce. El relato Invierno en los Abruzos es sencillamente sublime: no se pueden narrar mejor las pequeñas cosas y el amor por la vida cotidiana. Es un Vermeer en texto. Por otra parte, Oficio es una bellísima reflexión sobre la grafomanía, que todos los que escriben deberían paladear. Y finalmente, se nota su ascendencia judía en su sufrimiento latente y en su cosmovisión amarga e inteligente. Aquí encuentro un contraste radical con el catolicismo de Flannery, que jamás habría escrito Silencio. Las dos sufrieron, pero qué diferencia en el modo de afrontar ese sufrimiento: en Flannery hay luz, esperanza y en última instancia sentido. No en vano conoce la redención y el precio que costó. En la Ginzburg hay, o al menos yo veo, un cierto pesimismo antropológico: la vida hay que soportarla de la mejor manera posible.

En todo caso, una lectura sublime. Y una deuda mayor de gratitud con la galaxia-blog.