12 agosto 2006

Lecturas veraniegas II


Las
listas son orientativas y los propósitos que contienen pueden alterarse. Después de Flannery, la generosidad de un amigo ha querido que leyese La superstición del divorcio, de Chesterton, en una cuidada edición de Los Papeles de El Sitio, y con un chestertoniano y combativo prólogo de Enrique García-Máiquez. Está bastante bien, con momentos memorables, aunque tiene algunos altibajos. Como regalo para la buena gente aletargada, quizás sea más eficaz la recopilación de textos sobre la mujer y la familia del propio Chesterton, que ha llevado a cabo José Ramón Ayllón. En cualquier caso, ambos libros son altamente recomendables.

La cosa es que, después de este divertimento, me correspondía atacar algún “tocho heavy” y los finalistas eran el Persiles y la Montaña Mágica. Sin embargo, voy a decidirme por el
San Pablo, heraldo de Cristo de Josef Holzner, que tengo en la lista de pendientes desde hace años, y que metí a última hora en la maleta. La elección quizás se haya debido a la recta aplicación del tanto-cuanto ignaciano, o incluso (todo puede ser) a la intercesión de Flannery. Tengo las mejores referencias y la tarea se presume apasionante.

Seguiremos informando.

11 agosto 2006

Ecuánimes

Ahora son los incendios de Galicia (buen artículo de David Torres en El Mundo, recogido por el sagaz Arcadi); el año pasado el de Guadalajara; antes el escándalo del Carmel en Barcelona. Sé que es pregunta ingenua, pero ¿a qué esperan los adalides de la cultura y de las libertades para manifestarse? ¿para cuándo un editorial medianamente crítico con el Gobierno del diario que no depende de la mañana?

Como le pasa a
Enrique, yo trato de no hablar nunca de política con la política (con quienes me llevo muy bien, a Dios gracias). Sólo lo hice una vez con uno de mis “contrarios” cuya cosmovisión es exactamente el reverso de la mía y con el que, precisamente por ello, no había hablado del tema en más de diez años de “ser familia”. Fue en una boda, con un buen puro, y con el mejor rollito posible. Comenzó él: “antes de que empecemos, hay una cosa que no me podrás negar, y es la superioridad moral de la izquierda”. Como fácilmente comprenderéis, ahí termino la cosa. Nunca mais (esta vez sí).

El poeta Zapatero lo dijo con palabras más bellas: “Las ideas de la derecha cotizan en Bolsa, las ideas de la izquierda cotizan en el corazón”. Lo juro, es verdad, lo dijo.

[Lectura recomendada: Rino Camilleri: Los monstruos de la razón, en Rialp. Utopías de los revolucionarios, y antecedente de la educación para la ciudadanía. Escalofriante]



09 agosto 2006

Urge leer a Flannery


Supe de ella, una vez más, por
Aceprensa. Me llamó la atención la referencia a una escritora norteamericana de mediados del siglo pasado (1925-1964), católica, aquejada de una extraña y grave enfermedad, lectora cotidiana de la Summa Teológica y autora de un par de novelas, algunas decenas de relatos cortos y un epistolario. Leí varios de esos relatos y me gustaron, algunos mucho, aunque sin entusiasmarme ninguno. Luego me hice asiduo lector de Compostela, y constaté el fervor que Arp profesa por Flannery. Aquí tiene que haber algo más, me dije.

Así que, siguiendo el consejo del este amigo y guía virtual, la primera lectura de estas vacaciones ha sido precisamente su epistolario, “El hábito de ser” (The habit of being). Lo empecé con el mes y lo he terminado, con emoción, esta madrugada. Recoge la gran mayoría de sus cartas, desde la primera, de 19 de junio de 1948, en la que busca agente literario hasta la que escribió el 28 de julio de 1964, seis días antes de morir con 39 años. Mientras leía las cartas he ido intercalando las lecturas de los principales relatos a los que en ellas hacía referencia (“Un hombre bueno es difícil de encontrar”; “El negro artificial”; “La buena gente del campo”o “El templo del Espíritu Santo”).

El resultado ha sido conmovedor. No voy a contar mucho al respecto, porque ya lo hace
Arp mucho mejor que yo. Simplemente diré que su fe; su razonada pertenencia a la Iglesia; su sentido del humor (he soltado auténticas carcajadas); su carácter; su genio; su fortaleza; su delicadeza; su atención a los demás; su llevanza de la cruz como yugo suave (el padecimiento heroico, sin una sola queja a lo largo de los años, de una enfermedad terrible y las virtudes que de ella supo sacar para su vocación literaria); y su amor sin fisuras a Jesucristo me hacen creer que era santa. Soy consciente de que en estos temas nuestra Santa Madre Iglesia nos invita a ser especialmente cautos, pero de verdad así lo pienso (de hecho, ya hay quien reza “Santa Flannery de Milledgeville, ora pro nobis”).

Urge leer a Flannery. Ahora bien, ojo con dejarse llevar por los clichés (escritora gótica sureña, con gusto por lo grotesco), o por las referencias políticamente correctas de sus editores en español. Hay que leerla sin prejuicios y formarse opinión propia al respecto. Lo mejor es empezar por las cartas y luego sumergirse en su literatura. Vale la pena.

Hoy celebramos la memoria de otra gran mujer, Edith Stein (Teresa Benedicta de la Cruz), filósofa discípula de Husserl, judía conversa al catolicismo, que ingresó en el Carmelo y murió en el campo de concentración de Auschwitz. Juan Pablo II Magno (¡santo subito!) la canonizó y la proclamó Patrona de Europa. En la misa de hoy pediré a la santa por España, por Europa (¡sé tú misma!) y también por Flannery, aunque, como ya digo, creo que fue al cielo como un cohete y allí estará, riéndose a carcajadas, con Santo Tomás.

Y en homenaje a ella, he cambiado el Macallan por el Jack Daniels en mis noches estivales.