Es el título de la campaña publicitaria que está llevando a cabo el Ayuntamiento de Madrid, destinada a que los madrileños tiremos la basura a los contenedores, y no seamos unos sucios. Está presente en marquesinas de autobús, "chirimbolos" y otros adefesios de mobiliario urbano.
Aunque sea lunes, no creo que esta mañana me encuentre especialmente picajoso o irascible, pero lo cierto es que el cartelito me ha puesto de mal humor. No es por la mala fotografía, ni por el tipo de letra, ni por el marco en el que se encuadra -con una flecha que parece de mal aficionado al power point-, ni por la composición, ni por la cara de estulta felicidad, de buen vecino, y de satisfacción por el deber cumplido del tipo que sale. No. Aunque sea un anuncio casposo y cutre, no hubiera llamado mi atención ni provocado mi mosqueo.
Lo que me irrita sobremanera es el lema de marras, y todo lo que subyace bajo tan aparentemente inocua frasecita. Entre otras, por dos razones. La primera es el uso del término ciudadano como paradigma de la limpieza y, una vez más, como meta de de las aspiraciones personales, de la plenitud de derechos, del alcance de la verdadera libertad. Aunque se emplee cada vez más por los políticos (por todos), me parece que tiene un regusto revolucionario-jacobino trasnochado, y que se enmarca en la corriente de pensamiento pseudoilustrado y laicista que propugna que los derechos individuales comienzan con la funesta Revolución (no hay que cansarse de recomendar a Gaxotte).
Y la segunda razón va en la misma línea, pero con un sesgo más antropológico: un ciudadano dentro que haya que sacar (¿salir del armario?) lo llevará usted, señor publicitario, señor concejal o señor Gallardón, pero yo no. Yo dentro llevo mis miserias, y más dentro aún (intimior intimo meo) llevo a mi Creador, pero a un ciudadano ni pensarlo. Y si tiro la basura al cubo, no es ni por ustedes ni por la ética kantiana, sino en ejercicio de virtudes que están ahí mucho antes de que cuatro aristócratas decadentes invitaran a sus tertulias a Diderot, Voltaire y compañía.
- ¿Pero es que se cree usted que el que ha hecho la campaña estaba pensando en todo eso?
-No lo sé, puede que sea intencional o puede que sea una decantación inconsciente del pensamiento dominante, pero ya esta bien de tonterías.
Y con ésas, he entrado en la oficina.
09 octubre 2006
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2 comentarios:
Me quedé riendo y pensando.
El señor de la foto está sacando la basura de su casa a los tachos de la calle, o sea, está "sacando de adentro la basura".
¿Se referirán a la "ciudadanía"?
¿Acto fallido?
¿Qué quieres que te diga? Suscribo totalmente tus palabras, que me apropio. Estoy de acuerdo en el reduccionismo inaceptable (intolerable) que supone el denominarnos a todos ciudadanos, como si fuese paradigma y modelo de todas las virtudes. Mutatis mutandis, se puede decir de la palabra "democracia", "democrático", "demócrata"... que está experimentando el mismo desplazamiento semántico, empleándose para aludir a todo lo bueno, bello y verdadero (siguiendo los trascendentales de Santo Tomás). Pero ¿qué se han creído? ¿Que antes de la democracia no existía la justicia, ni el derecho, ni la bondad, ni el perdón, ni el respeto...? Que nadie me malinterprete: no estoy diciendo que la democracia no sea un régimen "relativamente" aceptable, si bien sujeta a graves perversiones, sino que apunto más allá: por encima de nuestra condición de ciudadanos está la de ser personas -si somos creyentes, creadas a imagen y semejanza de un Dios personal, Uno y Trino-, y por encima de la democracia, está también la propia persona, a la que aquélla se subordina y a cuyo servicio se supone ha de estar consagrada.
Esto es lo que pasa, como decía Chesterton (¿era él?), cuando se deja de creer en Dios: que uno acaba creyendo en cualquier cosa (Y sentando dogmas apestosamente laicos y políticamente correctos...)
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