Con este bello endecasílabo (San) Juan Pablo II Magno sintetizó a la perfección el acontecimiento que supuso el "parteaguas" de la Historia.
El Dios todopoderoso, el que encerró con puertas el mar, el que anuda los lazos de las Pléyades y desata las cuerdas de Orión; el Dios al que conocíamos sólo de oídas --no os perdáis Job 38 ss., non plus ultra-- se ha encarnado en un bebé, mocoso y llorón, a quien su Madre envolvió en pañales. Así lo cuenta Lucas, de modo lacónico, sencillo y emocionante (qué diferencia con el nacimiento de Buda, tan kistch), y así debemos predicarlo nosotros, a tiempo y a destiempo.
Hay que velar por no perder la emoción, el estupor, la gratitud y el asombro ante esta kenosis, a la que nunca acabas de verle el fondo. Hay que pedir la gracia de que nos sea dada la percepción, aunque sea por un segundo, de este enorme misterio: Dios hecho hombre. Como ha dicho Benedicto XVI en varias ocasiones, un Dios tan grande que puede hacerse pequeño. Es un escándalo casi violento, al que no puede encontrarse explicación racional. La única respuesta es la que aventuró Guardini: "el amor hace cosas así".
Este Dios que se abaja hasta hacerse niño es tan impresionante como el Dios-ultrajado de la Pasión, y no puede dejarnos indiferentes. Al contrario, tiene que movernos a la constante conversión y, sobre todo, a rechazar la tentación de la despesperanza. Porque Dios se ha hecho hombre, no puede haber lugar para el derrotismo, ni para la tristeza. Por mucho que el día a día pueda presentarse oscuro, tenemos la certeza de que estamos salvados, y de que ganaremos la batalla, porque nada nos separará del amor de Dios.
Ojalá nunca nos acostumbremos a la Navidad.
24 diciembre 2006
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1 comentario:
Un texto precioso. ¡Feliz Navidad!
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