Me había referido a ella no en una, sino en dos ocasiones. Ayer fui a verla al cine con Carmen y con J.A. Presas. Pensábamos que, al estar en medio del "puente", no habría problemas con las entradas. Nos equivocamos. Llegamos una hora antes y nos las dieron de la fila 3. El cine abarrotado. Pese a ello, pudimos verla bien.
La película (o documental) es cine "de autor". Philip Gröning emplea 2,45 horas en mostrarnos la vida cotidiana de los monjes cartujos, y lo hace con enorme cariño, respeto y precisión. No hay guión, no hay otro diálogo que el brevísimo que mantienen los monjes cuando, el domingo, salen a dar un paseo. No hay otra música que la de los cantos litúrgicos. Pero está llena de sonidos: gotas de agua; viento; pasos calmos o presurosos de los monjes; tela cortada bajo las sabias manos del "monje-sastre" que toma las medidas a un novicio: todo lo que en la vida ordinaria apenas percibimos tiene allí riqueza y variedad.
La disciplina de vida de los monjes es admirable. En permanente silencio, hacen su vida en sus celdas, duermen en colchones de paja, y sólo tienen una pequeña estufa. Todo su exigente horario está dirigido a la unión con Dios. Únicamente el domingo almuerzan en comunidad y salen a dar un paseo y, como decía, pueden conversar algo. Por cierto, es magnífico el diálogo que tienen acerca de los tres grifos de agua que hay en otro monasterio, frente al único grifo que abastece a esta comunidad, y acerca de si el símbolo de lavarse las manos antes de entrar en el refectorio tiene o no sentido, cuando ya están limpios. El abad (¿o prior?) da la respuesta adecuada: basta con uno y los otros dosson superfluos, y lavarse es un símbolo. El símbolo no es en absoluto superfluo, sino que es lo que da sentido a todo, lo que nos pone en conexión con lo inefable, nuestra fuerza y nuestra barrera.
Gröning filma primorosamente cada rincón, cada planta, cada gota de agua, como diciéndonos que en ello se puede ver la huella del Creador. También intercala toda la película con reposados primeros planos de los rostros de cada uno de los monjes (como siempre, cualquiera de ellos es más expresivo que el resto de las criaturas). Ninguno de ellos habla en esos planos salvo, al final, un viejo monje ciego que derrama felicidad y gratitud a borbotones por la bondad infinita de Dios y su previsible próximo encuentro con Él.
Filma también Gröning en "cámara rápida" el paso de las estrellas a través del cielo, como para decirnos que todas son fugaces, que el tiempo pasa mientras que la vida en la Cartuja es un eterno presente (quizás como anticipo del Cielo). En ello ví su homenaje cinematográfico a la divisa trapense: Stat crux, dum volvitur orbis.
La película es tan austera como la vida de estos héroes. Sí, héroes: los contemplativos están en primera línea de combate y sólo en la Eternidad veremos el bien que hacen por la humanidad. Es larga, muy larga, y hay que verla con atención. Pero vale realmente la pena.
4 comentarios:
Vaya, qué envidia. Mi hermana vio la película ¡en el monasterio de san Pedro de Cardeña! y le gustó mucho. Me dijo que quería verla otra vez ¡más despacio!
Aunque cueste creerlo, a mí me pasó algo parecido, ¡me daba la sensación de que me la estaba perdiendo!. Efectivamente, creo que hay que verla varias veces. Algo parecido le pasa a La Pasión, de Gibson.
Buena crítica, pardiez. Espero que no me entre la vocación si voy a verla.
Gracias por la estupenda crítica. Me impresiona la vida de estos cartujos, como me impresionó cuando estuve visitando a las monjas clarisas que habitan el Monasterio de Las Descalzas Reales en pleno corazón de Madrid, a dos pasos de la Gran Vía y de la Puerta del Sol. Su régimen de vida es bastante parecido, y, no obstante, la alegría y la paz de sus caras, su belleza, no es de este mundo.
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