06 julio 2007

Más sobre "La eterna caballería"

Hace semanas que me persiguen los versos de La eterna caballería, de Julio Martínez Mesanza; de ahí mi entrada del otro día. Cuando los leí hace años no me impactaron con la fuerza de ahora, con ocasión de su relectura en Soy en mayo. Ignoro los motivos. Puede que se deba a que el excelente prólogo de Enrique Andrés Ruiz me haya hecho entrar mejor en el poema; o puede que, paradójicamente, estemos ahora más necesitados que nunca de su anacronismo, ante el panorama desolador de la actualidad que contemplamos.


De seguro que la comparación es exagerada –y sé que a Julio le abrumará–, pero recuerdo que hace años me pasó algo semejante con la lectura de la Ilíada. Me sorprendía a mí mismo repitiendo mentalmente epítetos homéricos, como si tararease una canción. No paraba de pensar en los aqueos de hermosas grebas; en Héctor, el del tremolante casco; en Menelao, caro a Ares; en Odiseo, fecundo en ardides, o en el inaguantable Pelida Aquileo, que siempre me cayó fatal (mis hijos dirían que era “un chulito”). No es improbable que esta conexión entre unos y otros versos venga motivada porque Febo Apolo hiere de lejos, y desde lejos son heridos también los hermosos jinetes del poema de Julio.


¿Qué me gusta de poema? La verdad es que todo pero, quizás, en estos días, la velada crítica que creo adivinar ante “el pensar juicioso de los que no combaten” y la toma de partido por los jinetes que, nobles y decididos, “sólo saben cargar de frente” pues ésa es su victoria. Me parece que deja entrever una toma de partido por la acción y un cierto desprecio por un intelectualismo inmovilista.


Hay momentos en que no combatir es aceptar la derrota, sin que importe que el combate sea estéril.


Que, por cierto, nunca lo es.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Viéndolo un poco ya desde fuera, casi como un lector más, porque ha pasado mucho tiempo, suscribo tu interpretación del poema. Puedo añadir que, en cada nueva publicación, he pensado sustituir los dos últimos versos e insistir más en los caballeros y menos en el contraste, que juzgo suficientemente explícito. Hoy quedaría así más o menos:

Al orgullo del frío indiferentes
e indiferentes al pensar juicioso
de los que no combaten, sólo saben
cargar de frente, y ésa es su victoria.
En Courtrai morirán. Crécy fangosa
será su tumba. Morirán hermosos
e inútiles, heridos desde lejos,
"Munjoie" gritando, de ebriedad confusos;
sin haber dicho el no, "Munjoie" gritando;
"Munjoie", "Munjoie", sin conocer el nunca.

Gracias de nuevo. Un abrazo

Anónimo dijo...

Magnífica la interpretación final del poema, y la versión ¿final? de Julio, que degustamos en primicia. ¡Menudo privilegio, Dal!

Juan Manuel Macías dijo...

Suscribo todo lo que dices. A mí me gustan ambas versiones, aunque a la "primera" podríamos llamarla la "canónica". Esto es histórico, amigo Dal. Tal vez dentro de muchísimo tiempo aquí beberán los filólogos y becarios del futuro. Me pregunto qué hubiera sucedido si Horacio o Lope hubieran tenido Internet...

Juan Ignacio dijo...

He leído ese poema (aquí, gracias a vos) y debo decir que, como decimos por aqui, es muy bueno.

Lo del "pensar juicioso de los que no combaten" es también una de las partes que más me gustó y, siendo así, quizás tabién a vos te guste este verso de Pádraic Pearse (en traducción al castellano de Leonardo Castellani), pues trata del opuesto, del que combate, del que abandona los pensamientos "juiciosos" y se entrega sin medida.

Dice así.

Saludos.