Por consejo de César U-M y del propio JMM, he leído sus Cartas de la prisión y de los campos. Nacido en 1882 cerca de Azerbaiyán, se doctoró en Física y Matemáticas en 1904 y en Teología en 1908. Dos años después casó con Anna Mijáilnovna Giatsintova, con quien tuvo cinco hijos. En 1911 fue ordenado sacerdote.
Su saber es absolutamente asombroso. Es filósofo de la ciencia y de la religión, teólogo, físico, matemático, ingeniero electrónico, epistemólogo, téorico del arte y de la filosofía del lenguaje, poeta y filólogo. Dominaba el latín, el griego, el inglés, el francés, el alemán, así como otras lenguas europeas y caucásicas, del Irán y de la India.
Los primeros años de la revolución bolchevique no fueron para Florenski más hostiles que para el resto de los rusos. Pero con el padrecito Stalin sufrió sucesivos arrestos y finalmente fue arrojado al gulag. Sus últimos años los pasó en las islas Solovki, un gélido infierno (si el oxímoron es tolerable) situado en el Mar Blanco, a unos 160 kilómetros del círculo polar ártico. En 1937 recibió un tiro en la nuca por uno de los sicarios del camarada Stalin, ese filántropo añorado por Negrín.
De estos últimos años de sufrimiento se conservan algunas decenas de cartas, que son el objeto de la recopilación que he leído. Su conservación y copias clandestinas por parte de sus descendientes dan para una novela, pero ahora no hace al caso. Las cartas están destinadas a su mujer, a sus hijos, a su madre y a su nuera. En ellas, en función del destinatario y de su estado de ánimo habla de filosofía, de biología, de música, de poesía, de botánica, de arte o de pintura. Todas sus misivas eran concienzudamente revisadas por la censura antes llegar a su destino, por lo que en ellas no podía haber referencia alguna a Dios, al régimen o a personas concretas distintas de allegados. Sin embargo, cada carta sortea estos obstáculos y logra su finalidad.
Lo más impresionante del libro no radica en la cultura enciclopédica del personaje, sino en comprobar cómo Florenski es capaz de sobreponerse a la censura, a la distancia, a la soledad y al sufrimiento para educar a cada uno de sus hijos o para confortar a su mujer y a su madre. Cómo, en definitiva, una familia unida anclada en la fe, en la tradición y en el amor a los antepasados no puede ser destruida ni siquiera por el sistema más perverso y metódicamente antihumano que vieron los siglos.
05 agosto 2007
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1 comentario:
lo leí hace dos veranos, me dejó perplejo, es de esas personalidades que sólo se dan en Rusia, y sólo se pueden entender emarcándolos en ese contexto. Lo cierto es que se me hizo dificil entender aquella mentalidad, dificilmente trasladable al mundo occidental pero del que se pueden aprender muchas cosas, sin renunciar a nuestra identidad, claro
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