02 enero 2008

Lisboa

Carmen y yo nos hemos escapado un par de días a Lisboa, para descansar un poco y planificar el año entrante. Aunque había venido otras veces por razones laborales, nunca había tenido dos días netos para patearla. Venía con los deberes hechos: Pessoa releído y Trapiello revisitado. En El jardín de la pólvora dedica quince páginas memorables a esta ciudad (pp. 314 ss.): desde su visita al Gulbelkian, hasta una excursión por los alrededores con Amadeo, un conductor de ocasión, pasando por una desternillante cena en un restaurante de fados, y por visitas a libreros de viejo.

El hotel Bairro Alto, en el que estamos, es muy recomendable, sobre todo por su situación, entre Chiado y Bairro Alto, puritito downtown. Ayer, cuando llegamos, paseíto y posterior almuerzo en Casa da Comida, un clásico. Luego un largo paseo por Rossío, Baixa y alrededores del hotel. Llovió intermitente pero copiosamente, y tuvimos que hacer varias paradas.

Lisboa es preciosa, con sus colores pastel, su clima suave, su gente amable y sus edificios llenos de desconchones. Todo elegancia y saber estar. Como Roma, es de las ciudades que no se dan importancia, que están de vuelta de todo, que no tienen que demostrar nada a nadie, desengañadas pero también hospitalarias y alegres, donde uno siempre está como en casa. Qué diferencia con París, tan altanera, tan cartesiana, tan engolada y tan pagada de sí misma (excepción hecha del Marais y de algún que otro rincón).

Rematamos el día cenando en el Clube de Fado, prestigioso local de ídems en Alfama, detrás de la Catedral. La estrella era el guitarrista Màrio Pacheco, un virtuoso de la guitarra portuguesa, parecida al laúd, con doce cuerdas. Le acompañaban una guitarra española y un contrabajo. Actuaron cuatro cantantes diferentes, todos ellos buenísimos. La dinámica era muy agradable: entraban los músicos y uno de los cantantes mientras se cenaba, todos parábamos, cantaban tres fados, salían, y seguíamos cenando. Así, hasta seis entradas. El fado es muy nostálgico, unas veces solemne, otras melancólico, otras verdaderamente alegre, siempre propio de una ciudad abierta a ultramar. Nos gustó mucho.

Tengo la lusofilia disparada.

1 comentario:

E. G-Máiquez dijo...

Y a mí, con entradas como ésta, el iberismo se pone por las nubes. Muito obrigado.