22 abril 2008

La Ginzburg

Decididamente, no soy grafómano. He vuelto de Caracas con cosas que contar, y la verdad es que no me apetece escribirlas. ¿Que por qué entonces este blog? Quizás por un difuso e inaprensible sentido del deber, y desde luego porque estar en la blogosfera, aunque sea con un blog-guadiana como éste, me ha proporcionado varias amistades estupendas y me ha descubierto lecturas imprescindibles. Sin ir más lejos, gracias a E. G-M. descubrí a Trapiello, y gracias a Arp (y al propio A.T., ese otro amigo que la literatura me ha dado), acabo de entrar en el universo Ginzburg.

En el avión de vuelta de Caracas he leído con verdadero placer Las pequeñas virtudes. Es una delicia, literatura de la buena. Ahí van mis impresiones. En primer lugar, es una literatura esencialmente femenina, como lo es la de la propia Flannery O'Connor. Para que luego digan las memeces esas de que el género es una opción. Sólo una mujer percibe la realidad como Ginzburg la percibe y puede escribir como ella escribe, con esa delicadeza, esa intimidad y esa especialísima sensibilidad. No digo que los hombres seamos romos, rudos o torpes, sólo que nuestra aproximación a las cosas es diferente, o al menos a mí me lo parece. En segundo lugar, esta mujer tiene el don de la emoción, y hasta su tristeza es dulce. El relato Invierno en los Abruzos es sencillamente sublime: no se pueden narrar mejor las pequeñas cosas y el amor por la vida cotidiana. Es un Vermeer en texto. Por otra parte, Oficio es una bellísima reflexión sobre la grafomanía, que todos los que escriben deberían paladear. Y finalmente, se nota su ascendencia judía en su sufrimiento latente y en su cosmovisión amarga e inteligente. Aquí encuentro un contraste radical con el catolicismo de Flannery, que jamás habría escrito Silencio. Las dos sufrieron, pero qué diferencia en el modo de afrontar ese sufrimiento: en Flannery hay luz, esperanza y en última instancia sentido. No en vano conoce la redención y el precio que costó. En la Ginzburg hay, o al menos yo veo, un cierto pesimismo antropológico: la vida hay que soportarla de la mejor manera posible.

En todo caso, una lectura sublime. Y una deuda mayor de gratitud con la galaxia-blog.

4 comentarios:

Ángel Ruiz dijo...

Bueno, será un blog-Guadiana, pero ya tendría sentido sólo con una entrada como esta.
Por meter el cazo en Ginzburg, dos cosas: si te gustó Invierno en los Abruzzos te gustará Nuestros ayeres, una novela que parece poca cosa, pero que es grande y que te explicará más de ese Invierno allí. El tercer palo es Léxico familiar, donde no hay novela, sino relato de hechos, y prodigioso.
Bueno, y algo podrás contar de Venezuela ¿no?

Anónimo dijo...

Yo también me sumergí en el universo Ginzburg gracias a Arp. "Querido Miguel" (traducida por Martín Gaite) me emocionó; es, en efecto, la novela descarnada de quien ha conocido a fondo los zarpazos del dolor. Aunque sé que a Arp no es de lo que más le gusta, a mí me encantó y la leí de un tirón. También leí "Invierno en los Abruzos" y me pareció magistral. Es una escritora "como la copa de un pino".

Anónimo dijo...

Querido DAL: como otros vengo a tu casa a ver qué me depara. A veces sin novedad; a veces, como hoy, encuentro regalos. Es como el "truco o trato" de los gringos. Un día abriste la puerta y me diste un A.T. Hoy, "La Ginzburg". Con aquel pasé horas de complicidad y de ternura. Recordé aquel "quien habla solo espera hablar a Dios un día". Con ésta, de quien jamás hasta hoy había oído pronunciar su nombre, ahora espero tratarla. Ya he empezado, de hecho. Después de conocer algo más de ella en wikipedia, acabo de leer este poema: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/libros/10-1209-2004-08-29.html Es una poesía que habla de dios pero que no tiene nada que ver con Dios, sino más bien con la desolación de estos hijos suyos arrojados a la vida. Me ha hecho pensar que quizás en nuestros días el camino para su encuentro tenga que partir de esa arqueología de trozos de vidas, del misterio de nuestra indigencia.

Dal dijo...

Muchas gracias por el poema, Anónimo, y qué pena que no te identifiques, ni siquiera por seudónimo.
Me reafirmo en mi tesis de la influencia de su ascendencia judía. Nosotros sí podemos saberlo, y sí conocemos cómo es Dios, porque quien a visto a Cristo ha visto al Padre.