Nunca antes había estado en Buenos Aires. Desde mis tiempos de hipnosis borgiana, en mis early twenties, siempre había querido ir allí. Un wagneriano decía que a Bayreuth se puede llegar en coche o en tren, pero que lo suyo es ir de rodillas. Yo sentía algo similar por la ciudad de Borges. Quería estar en Charcas y Maipú, probar un alfajor santafecino para juzgarlo interesante, como Carlos Argentino Daneri, o pasear por Palermo entre malevos y lunfardo. Soñaba con encontrar en una recóndita librería de viejo un ejemplar de Inquisiciones, del que tenía en casa una fotocopia (luego, ya muerto Borges, Kodama lo ha reeditado y ha perdido gracia), o con releer, una vez más pero esta vez allí, párrafos y versos que forman parte de mi vida.
Sin embargo, llevo ya muchos años menos deslumbrado (o ya desintoxicado, si queréis) por el genio de Borges. Hace tiempo que concedo que no necesariamente es el mejor escritor que ha habido, y que Homero, Cervantes, Quevedo, Chesterton, Ginzburg o Trapiello tampoco están mal. Así que ahora que, con ocasión del congreso de la International Bar Association, he estado en su ciudad, cuarentón y burgués, no he hecho nada de lo que en un tiempo soñaba. Pero he disfrutado enormemente.
Llegué desde Santa Cruz y me encontré allí con Carmen, que venía desde Madrid con Pedro y Marina, y con dos compañeros más de despacho. Todo muy cosmopolita. Buenos Aires es una ciudad preciosa (e insegura). Aunque más monumental, tiene partes que recuerdan mucho a Madrid, y otras al mejor París. Las anchuras y las alturas son impresionantes, y la gente encantadora. Fui al Jockey Club, que tiene correspondencia con la Gran Peña de Madrid, una maravilla. El mozo que me enseñó las instalaciones no dudó en enseñarme también el salón de esgrima, por si tenía tiempo y quería tirar un poco. Tuvimos también un cóctel en el Círculo Militar, deslumbrante. Conocimos las embajadas española y portuguesa, en el barrio Parque. También Palermo Hollywood, Palermo Soho, Puerto Madero, todo diseño y glamour. Y finalmente Boca y San Telmo, argentinismo auténtico. Todo ello con el Hotel Alvear como puesto de mando. En fin, una gozada.
Sin embargo, llevo ya muchos años menos deslumbrado (o ya desintoxicado, si queréis) por el genio de Borges. Hace tiempo que concedo que no necesariamente es el mejor escritor que ha habido, y que Homero, Cervantes, Quevedo, Chesterton, Ginzburg o Trapiello tampoco están mal. Así que ahora que, con ocasión del congreso de la International Bar Association, he estado en su ciudad, cuarentón y burgués, no he hecho nada de lo que en un tiempo soñaba. Pero he disfrutado enormemente.
Llegué desde Santa Cruz y me encontré allí con Carmen, que venía desde Madrid con Pedro y Marina, y con dos compañeros más de despacho. Todo muy cosmopolita. Buenos Aires es una ciudad preciosa (e insegura). Aunque más monumental, tiene partes que recuerdan mucho a Madrid, y otras al mejor París. Las anchuras y las alturas son impresionantes, y la gente encantadora. Fui al Jockey Club, que tiene correspondencia con la Gran Peña de Madrid, una maravilla. El mozo que me enseñó las instalaciones no dudó en enseñarme también el salón de esgrima, por si tenía tiempo y quería tirar un poco. Tuvimos también un cóctel en el Círculo Militar, deslumbrante. Conocimos las embajadas española y portuguesa, en el barrio Parque. También Palermo Hollywood, Palermo Soho, Puerto Madero, todo diseño y glamour. Y finalmente Boca y San Telmo, argentinismo auténtico. Todo ello con el Hotel Alvear como puesto de mando. En fin, una gozada.
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