Enrique García-Máiquez nos ha regalado un libro extraordinario. Se llama Lo que ha llovido y parecería que no es otra cosa que la recopilación, corregida y depurada, de su blog Rayos y Truenos, esa bitácora imprescindible que nos rescata cada día de la amargura y el hastío por la deriva patria. Ciertamente, el libro es una sucesión de las mejores entradas de su blog (digo, blogg), pero también es mucho más.
Para empezar no es lo mismo la lectura apresurada de una entrada en la pantalla del ordenador, a la que preceden y siguen otras muchas y con las que se intercalan teléfonos y trabajos, que la lectura reposada, táctil y personal que supone tener un libro en las manos (un libro, en este caso, primorosamente editado por Númenor). El texto podrá ser el mismo, el autor y el lector también, pero la cosa cambia mucho: la atención es otra y la intimidad mayor. Nos dice más. Además, la lectura sucesiva de entradas aparentemente inconexas permite ir decantando las líneas maestras de una vocación literaria, de una actitud vital, de un compromiso con los demás como los del autor. Entre las líneas del libro, entre el humor y la poesía, van apareciendo sus maestros, sus aficiones, sus inquietudes, su religiosidad. Hay que oír hablar de Enrique –admirado admirador– a Miguel d’Ors, rendido y agradecido ante aquello a lo que no cabe oponer resistencia: la bondad, la alegría y por supuesto el talento.
El entusiasmo que me ha provocado la lectura del libro ha sido tal que inevitablemente ha surgido la desconfianza. Algo falla; es bueno, sí, pero no puede gustarte tanto como Pla, como Ginzburg o como Trapiello (ojo, en sus diarios y a base de no leer sus entrevistas). No te engañes, me digo, igual no es tan bueno y lo que pasa es que Enrique es un amigo al que admiras y con el que compartes edad, cosmovisión y afinidades electivas. Quiá!, me respondo de inmediato, como en las viejas zarzuelas. Uno es ya mayorcito como para hacerse trampas al solitario. Ahí están otros con parecidas coordenadas y loables beligerancias que no me dicen absolutamente nada (Prada, sin ir más lejos). No, decididamente estamos ante un libro grande. Qué difícil es escribir tan sencillo, tan ligero, tan amable, decir tanto como sin querer decir nada. No es de extrañar que el exigente García Martín diga que el libro es una inagotable maravilla, ni que el no siempre amable Trapiello se derrame en alabanzas allá donde habla (y ahora, ay, habla mucho). Para mí un libro es realmente bueno si te hace mejor (recuerdo que una vez Beades me regañó por decir algo parecido) y éste vaya si lo logra.
Además, el libro permite mejor que el blog la relectura. Y ya dijo Borges que lo importante no es leer, sino releer. Así, gracias a Lo que ha llovido, cada vez que quiero puedo estirar la mano y volver a emocionarme leyendo una vez más entradas como Recuerda, que bien valen un blog, un libro y (casi) una amistad.
Gracias, amigo.
07 junio 2009
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