03 noviembre 2006

Sheldon Vanauken da el paso

Y escribe:

No aguantaba más. No podía rechazar a Cristo. Sólo podía hacer una cosa. Me volví y me lancé al vacío por Cristo. Una mañana primavera, el 29 de marzo, escribí en mi diario y a C. S. Lewis:

Elijo creer en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, en Cristo, mi Señor y mi Dios. El cristianismo tiene el sonido, el sentimiento de la única verdad. La verdad esencial. Por él, la vida queda llena y no vacía, llena de sentido, en vez de sin sentido. El cosmos se hace hermoso en el Centro, en vez de espantosamente feo bajo el agradable sentimiento de la primavera. Pero el vacío, el sin sentido y la fealdad sólo pueden verse, pienso, cuando uno ha vislumbrado la plenitud, el sentido, la belleza. Cuando ambos, el cielo y el infierno, se han vislumbrado, entonces volver atrás es imposible. Pero también el dar el paso adelante parecía imposible. Barruntar no es ver. Hay que elegir: no hay certeza. Sólo se puede elegir un lado. De modo que yo escojo ahora mi lado: escojo la belleza; elijo lo que amo. Pero optar por creer es creer. No puedo hacer más: elegir. Confieso mis dudas y pido a Cristo que entre en mi vida. No sé que Dios sea, pero le digo: Haz en mí según tu voluntad. No afirmo que no dude, dudo, pero pido ayuda, tras haber elegido, para superarlo. Dudo pero digo: Señor, creo, pero ayuda a mi incredulidad”.


La senda iluminada

Dos caminos parecían bifurcarse en este punto, según veía desde el que había tomado: uno bastante oscuro, llano y ancho, que iba ensanchándose hasta desembocar en un oscuro desierto y dejar de ser camino. El otro estaba muy iluminado, incluso con más luz de la cuenta, pero ésta era necesaria por la aspereza, lo terriblemente escarpado y angosto del camino. Esta última, la iluminada, era la senda que yo había escogido, aunque me encontraba sólo al principio: aún me faltaba pasar por los obstáculos, fatigarme subiendo por aquella cuesta empinada y correr los peligros de aquella estrechez. Sin embargo, no podía ver a dónde iba a ir, me parecía lo mejor.

Ahora era cristiano. Yo, ¡cristiano! Yo, que solía mirar a los cristianos con lástima y disgusto, había de confesarme a mí mismo que lo era. Lo hice con encogimiento y orgullo. En realidad, sentía una curiosa mezcla de sentimientos: el humano embarazo ante los no-cristianos; una extraña forma de orgullo, porque había desertado de su precario campo; como si a Jesús le hubiera hecho un gran favor, chillón y ridículo, y un gran gozo que me vino con la luz. Mis amigos no cristianos se apartaron; hubieran aceptado con serenidad que me volviera ateo, comunista o budista, pero no cristiano; los no-cristianos, inequívocamente, se encuentran incómodos con los cristianos. Por el contrario, mis amigos cristianos no cabían en sí de alegría.

C. S. Lewis escribió:

“Mis oraciones han sido escuchadas. No: barruntar no es ver; pero para un hombre que camina por una montaña de noche, el vislumbrar los tres siguiente pasos del camino puede importarle más que una panorámica del horizonte. Y quizá, para que una elección sea libre, siempre debe faltar precisamente una certeza probatoria: ¿qué otra cosa podríamos hacer sino aceptarla, si la fe fuera como la tabla de multiplicar? Puedes tener ataques en contra, ¿sabes?, de modo que no te alarmes si te vienen. El enemigo no verá que desaparezcas en la compañía de Dios sin un esfuerzo para reclamarte. Ocúpate aprendiendo a rezar... Que Dios te bendiga. Bienvenido. Sírvete de mí como desees: y recemos el uno por el otro siempre”.


Pero no todo es tan fácil. Después viene el contraataque.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

"...Elijo creer..."?? "Escoger"?? "Optar"?

No es elección: Es gracia!

Es difícil de entender y de "encajar", pero es eso.

El creyente es el elegido, no el "elector".


Todo es gracia...


+J.

Enrique Baltanás dijo...

Una gracia, un don... que se acepta o se rechaza. ¿no?

Dal dijo...

Ardua cuestión. Creo que tenéis razón los dos, aunque ni me compete a mí decidirlo, ni quiero llegar a una solución de "consenso" (puaj!).

De un lado, creo que la libertad humana siempre está ahí, y que puede rechazar la gracia.

De otro, lo que dice Jeronio es muy cierto, y para mí es una de las claves de todo: Él nos amó primero, y es Él quien nos llama (y para colmo, da la vida por nosotros).

Y cuando uno se da cuenta de esto y se conoce a sí mismo y sus miserias, se queda tan estupefacto, tan asombrado, que (casi) no puede más que caer de rodillas y aceptar el don.

Esta estupefacción es la del salmista: "¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de él?."