En su entrada de hoy, el lúcido Enrique viene a decir que, pese a que participa en manifestaciones a favor de la víctimas del terrorismo y en contra de la política errática del Solemne, no termina de verse en ellas. Es normal, a mí y a muchos otros nos pasa lo mismo.
Sin embargo, creo que la explicación que da Enrique de esa incomodidad que tantos sentimos, quizás no sea la correcta. No me parece que la cuestión sea si masa o individuo. Las masas, benditas masas si se trata de una misa en San Pedro o de un encuentro de los jóvenes con el Papa, como el que tuvimos hace unos años con (San) Juan Pablo II en Cuatro Vientos.
A mi juicio, la causa última de la incomodidad apuntada está en nuestra fe. Como sucede con tantas otras cosas de este mundo post-cristiano, las manifestaciones son sucedáneos laicos de tradiciones católicas llenas de sentido. Para pedir algo ("reivindicar" en la teminología de las manifestaciones), los católicos propiamente no nos manifestamos, sino que sacamos a la Virgen o a los Santos en procesión.
La manifestación es siempre algo ridícula: se va de un sitio a otro coreando eslóganes, se termina oyendo un discurso y se disuelve uno. Por el contrario, en la procesión también vamos de un sitio a otro, pero tiene todo el sentido: nos recuerda nuestra condición de peregrinos en este mundo y simboliza el paso de la Jerusalén terrena a la Jerusalén celestial (¡qué bellísimas lecturas apocalípticas de las de las misas de estos días de fin de año litúrgico!). Cuando nos manifestamos, en definitiva, estamos haciendo algo que no nos es propio.
Algo parecido sucede con los también ridículos minutos de silencio (¿para qué?). Para nosotros el silencio no es un fin en sí mismo, sino un medio para entrar en oración, que es siempre diálogo con Alguien.
Por eso, yo siempre aprovecho los minutos de silencio de apoyo a las víctimas, para rezar el Salmo: Señor, confunde a nuestros enemigos...
02 diciembre 2006
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5 comentarios:
Pues yo estoy completamente de acuerdo contigo, y ahí quería apuntar con mi artículo de Alba. Lo explicas con gran claridad. Kierkegaard y, sobre todo, Gómez Dávila te leerían entusiasmados. El imprescindible pensador colombiano dijo: "Una muchedumbre sólo deja de repugnar cuando un motivo religioso la reúne".
Tal vez por esto es tan importante rezar en los minutos de silencio: se redime secretamente a la muchedumbre.
Gracias, querido Dal, por tu entrada-comentario a la otra entrada de Enrique. Yo estoy de acuerdo con los dos. La verdad es que, después de la manifestación del 11-M y viendo lo que vino después, me dieron ganas de no salir nunca más en "laica procesión". Y luego, sin embargo, allá que me he ido a manifestar a favor de la familia, por la libertad de enseñanza, con las víctimas del terrorismo, y lo que se tercie... Con tal de que el Sr. ZP se vaya, lo que sea (perdón, lo que sea no, que me parezco al susodicho). Decía un amigo mío muy esnob -al que adoro-: "Últimamente, la gente decente nos vemos en las manifestaciones". La verdad es que consuela -aunque sea un sentimiento muy terrenal- ver que no somos tan pocos...
Una manifestación es, ante todo, CUTRE. Ripios, insultos, papelotes mal escritos... En definitiva, es un invento de la izquierda. Pero me gusta quitar las armas al enemigo. Lo de Libertad sin ira en la contra la LOE fue emocionante.
Tan de acuerdo como con la entrada de Dal con los dos comentarios, y con el amigo snob de Verónica. Mira, JSR, si al final conseguimos que la cosa no sea tan cutre...
Magnífica reflexión. Me la guardaré. Saludos.
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