El sábado, Cavalleria rusticana y Pagliacci en el Teatro Real. Si sabes a lo que vas, no puedes quejarte. Verismo, música agradable sin pretensiones, y a pasar un buen rato. Lo malo es si se te ocurre comparar o acordarte de otras audiciones (v.g. la de Das Rheingold de la semana pasada). A este respecto, el libretto se refiere a una reseña de Georges Pioch, un crítico idealista del primer tercio del siglo pasado, a propósito de una reposición de Pagliacci después de una de Parsifal: "Han puesto el meadero al lado de la catedral", dijo. No es para tanto, pero casi.
Lo peor de todo, la escenografía de Cavalleria (no así la de Pagliacci), de un tal Johannes Leiacker. La ópera transcurre en un pueblecito siciliano, y tiene lugar el Domingo de Pascua. Los personajes entran y salen de misa de Resurrección (con Regina Coeli incluido). ¿Cómo diréis que se representa?
¿con fiestas, alborozo y algarabía? Nada de eso. Es todo un ir y venir de penitentes con las cabezas cubiertas, flagelándose la espalda con disciplinas, y cargando con cruces inabarcables. Todo lóbrego y tenebroso, incluso más propio de un catálogo sado-maso que de la Semana Santa. Y obviamente, ajeno a la Pascua. Johannes, macho, a ver si te enteras.
No os penséis que esta ignorancia supina es porque Johannes es guiri. Hace unos años, en Tosca, con escenografía de Nuria Espert (aclamadísima por Anson, por cierto), el cuadro de la Magdalena que pintaba Cavaradossi representaba a una mujer con un paño en las manos que reflejaba la imagen doliente del Señor. Y, salvo que la santidad de Enrique vea en ello algo que a mí se me escapó entonces (y se me escapa ahora), yo diría que doña Nuria confundió la Magdalena con la Verónica. ¡Toma cultura!
19 febrero 2007
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2 comentarios:
Llevo tres días pensando... y no, no se me ocurre ninguna justificación a esa Magdalónica, ay.
Lo de la Magdalónica es total.
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