14 julio 2006
El brillo de la familia
Es difícil encontrar un fenómeno de masas semejante. Año tras año, ya sea Juan Pablo II o Benedicto XVI, ya se trate del encuentro de la juventud, ya del de las familias, el Papa levanta multitudes. Y no lo hace por llamarse Woytila o Ratzinger o por tener más o menos carisma personal. Quienquiera que hubiese sido elegido pontífice en el último cónclave hubiese desatado el mismo entusiasmo que ha despertado la visita de Benedicto XVI. Porque el que levanta entusiasmo es el sucesor de Pedro, el padre espiritual de los católicos, se llame como se llame. Es el representante de Cristo en la tierra quien da cita a multitudes. A multitudes que aguantan horas bajo un sol de justicia para verle un momento por amor a Dios. Les guste o no a los que decían “nosotros no te esperamos”, el amor a Dios, el amor a Cristo y el amor a su Iglesia y, por tanto, el amor al ser humano, es lo que mueve a esos millones de personas y este amor, sí les espera a ellos. Y los católicos, que a veces parecemos como aletargados, como escondidos, como un poco avergonzados, salimos a la luz para decir: aquí estamos para defender lo que creemos.
Esta vez nos ha congregado la familia. Benedicto XVI ha dicho palabras preciosas para hablar de ella, para defender su modelo único, basado en el amor de un hombre y una mujer que se comprometen ante Dios a dar vida, educar y formar como cristianos a unos hijos que aceptarán de Él como un don precioso. Un amor que tiene que ser para toda la vida porque esa misión no es por un tiempo, no es mientras haga ilusión, no es un capricho. Es una misión que no acaba nunca y que, como también nos ha recordado el Papa, se continúa en los hijos de los hijos y viene desde los abuelos de los abuelos en una línea ininterrumpida desde hace milenios para formar hombres de amor, sin los cuales, el mundo moriría.
Pero, con todo, más vale una imagen que mil palabras. Nada más maravilloso que esas imágenes con las que las cámaras nos regalaban al pasearse por el público. Aquí, un padre y una madre, con sus hijos alrededor y los más pequeños dormidos en sus brazos cuando ya se había pasado la hora en que normalmente se van a la cama y les vencía el sueño. Allá, una familia con sus tres generaciones, los abuelos, con la misión casi cumplida, los varios hijos en la fase del máximo esfuerzo para sacar adelante a una patulea, un clan de primos incansables que no hay manera de sujetar. A buen seguro no es en estas familias, nos lo dicen las estadísticas y el sentido común, en las que se da el devastador fenómeno de la violencia de género.
Y mientras, unos pocos pobres miopes, ciegos a lo que no quieren ver, protestan por el gasto que esta reunión haya podido suponer. No les importa, sin embargo, cuanto cueste el día del orgullo gay. La familia, y por lo tanto este acto, es el mayor bien que una sociedad pueda tener. Un bien inapreciable, impagable para los que luchan por él, que lo hacen, sin embargo, desinteresadamente, por puro amor. Aquella pobre gente debe pensar que el desfile de los “drag queen” es más valioso que el acto cívico de este fin de semana. Desgraciadamente, hay cosas que una sociedad no se da cuenta de lo que valen hasta que se pierden. No es fácil que se pierda la familia. Es un diamante que resplandece a poca luz que le dé. Ningún legislador miope, ningún gobierno ofuscado o resentido, ningún pobre hombre que quiera proponer modelos alternativos esperpénticos podrá matar ese brillo que este fin de semana hemos podido ver esplendoroso y que Benedicto XVI ha venido a resaltar. Pero si un día, debido a la miopía, estupidez o envidia de legisladores, gobiernos o pobres hombres, llegase a perderse, la humanidad entraría en una de las épocas más oscuras de su historia. Así que, más vale que se dejen de experimentos insensatos y que los que con nuestro esfuerzo cotidiano sacamos heroica y anónimamente adelante nuestras familias, y con ellas a España, sepamos defenderlas valientemente con nuestro testimonio y, si es necesario, con nuestra protesta ciudadana.
12 julio 2006
Alfonso Querejazu (II)
“Don Alfonso, digámoslo en su honor, era ante todo un educador. Si tuviéramos que ir a la búsqueda de una palabra que le definiera, yo no creo que la palabra apropiada fuera profesor y menos filósofo, en sentido estricto. Tampoco quiso ser intelectual en sentido riguroso, ni un escritor. Él era ante todo un despertador y formador, forjador y alentador. Formar hombres, forjar proyectos, alentar ilusiones. Yo creo que ésa es la expresión más plena de transmisión al otro no sólo de saberes sino de la entera vida. Casi treinta generaciones de seminaristas hemos pasado por su clase. Probablemente no podríamos recordar hoy qué nos dijo ni retengamos ya casi nada, pero en la medida en que le fuimos oyendo año tras año fuimos despertando a humanidad, siendo seres nuevos tras dejar de ser como éramos, descubriendo nuevas posibilidades, sintiendo altas ilusiones, haciéndonos renacer a otra posibilidad y forma de vida, con la ilusión percibida como un pájaro en el cielo azul, la esperanza de llegar a ser alguien, el horizonte abierto de la realidad. Eso es lo que nos quedaba de D. Alfonso. Quizá no llegásemos a establecer la conexión entre presocráticos y Sócrates; quizá no supiéramos muy bien diferenciar a Shelling de Fichte, pero nos íbamos haciendo hombres y al final del curso éramos distintos. Esa educación, que es mucho más que los saberes dictados en clase o contenidos en libro, lograba despertar en nosotros la ilusión, sostener la atención, sembrar esperanzas; en una palabra, ser capaces de ser y de vivir libres en el mundo. La eficacia de su palabra había llegado al nivel del ser constituyéndolo, y no simplemente al nivel de las potencias, informándolas. A lo largo de la vida, uno ha ido teniendo maestros de cosas y maestros de persona, lo mismo que hay libros que rigurosamente se llaman “Lecciones de cosas” y otros, por el contrario, son más bien “Lección para persona”. De esas cosas que no se pueden encontrar en los libros fue maestro para nosotros don Alfonso. Maestro de cómo ser hombre, ser fiel a Dios, entregar la vida gozosamente a la verdad o al evangelio de Cristo para anunciar a los hombres, de cómo mantener la elegancia y la esperanza sumadas, unidos Sócrates y Jesucristo, sin mezclarlos pero sin separarlos tampoco. Un hombre limpio y libre puede quedar reducido a vivir en dos metros cuadrados, pero, si le dejan la palabra libre y cercano al prójimo, suscita un mundo con su pensamiento y con su ilusión engendra en los demás vida nueva.
D. Alfonso fue para nosotros sus alumnos el alumbrador de la verdad, que está más allá del lugar; aquélla que se enciende en cada corazón, que hace libres y serviciales, que se deja sentir viniendo de Dios y orientando hacia Dios.”
Leon Bloy
El sutil Arp nos recuerda una excelente carta de Bloy. He aquí otra cita suya (de Bloy), que lleva a cabo Raïssa Maritain en Las grandes amistades, y que nos proporciona una bellísima descripción de los sacerdotes y de los fieles laicos:
Bloy, Peguy, Bernanos, Claudel, Maritain, Guitton… ellos sí que son el pequeño rebaño de clarividentes entre las tinieblas de la Francia laicista y jacobina. Qué gran ejemplo para nosotros, con la que esta cayendo.“Por más que se adore la riqueza, escribe Bloy, en “La sangre del probre”, existe un prejuicio que milita obstinadamente por la pobreza. Es como si la muy modesta lanza que atravesó a Jesús hubiera atravesado todos los corazones. Aquella llaga no se cierra después de veinte siglos. Están allí los innumerables que se lamentan, mujeres, ancianos, niños; están allí los vivos y los muertos. Todo aquel pueblo sangra, toda aquella multitud echa sangre y agua del centro de la Cruz de la miseria, en Oriente en Occidente, bajo todos los verdugos, bajo todas las plagas, entre las tempestades de los hombres y las tempestades de la naturaleza, ¡hace ya tanto tiempo! Esa pobreza es la inmensa pobreza del mundo, la total y universal pobreza de Jesucristo. ¡Es preciso que esto se tenga en cuenta y se recupere!.
Existen también los sacerdotes, que no son del mundo, los sacerdotes pobres o los pobres sacerdotes, como se quiera llamarles, que no saben qué es el no ser pobre, pues nunca han visto más que a Cristo crucificado. Para ellos no hay ricos ni pobres; no hay más que ciegos, en número infinito, y un pequeño rebaño de clarividentes de los cuales ellos son humildes pastores. Están juntos, como los hebreos en Gesé, solos en la luz, en medio de las tinieblas palpables del viejo Egipto. Cuando extienden los brazos para rezar, la extremidad de sus dedos toca las tinieblas”
11 julio 2006
Palíndromos
· Échele leche
· Saca tú butacas
· Logré ver gol
· Ana, lleva al oso la avellana
· Le avisará Sara si va él
· No bajará Sara jabón
· Señor goloso logroñés
· La ruta natural
· Adela ya le da
· A cavar a Caravaca
· Es Adán, ya ve, yo soy Eva y nada sé
· A mamá Roma le aviva el amor a papá
y a papá Roma le aviva el amor a mamá
· Nuria, sonría y ate la maleta y
a irnos a Irún
· A lo loco lo colocó Lola
· Salta Lenin el atlas (Cortazar dixit)
· Ateo por Arabia iba raro poeta
· Oro, oso, asa, ala, anilina, solos, reconocer
No sé si en otros idiomas habrá tantos (me cuesta creerlo). Sólo me sé uno en francés, que no está nada mal: "L’âme des uns jamais n’use de mal".
10 julio 2006
Derecho + Artes Liberales
En la UFV vamos a sacar una titulación que combina el Derecho con las Artes Liberales. Todos los alumnos tendrán como materias obligatorias, sí, el Derecho civil o el administrativo, pero también la filosofía, el teatro, la música y, sobre todo, la literatura (con un módulo específicamente dedicado a la poesía). Creo que podemos lograrlo.