Acabo de terminarme el San Pablo de Holzner. Debería haberlo hecho mucho antes, pero este verano he leído menos de lo previsto. Es una obra monumental. Holzner apabulla por su erudición. Son admirables sus conocimientos no sólo del cristianismo en general y del protagonista y su obra en particular, sino también del judaísmo, del helenismo, de historia de las religiones, de filosofía –antigua, desde luego, pero también moderna (Nietzsche et al.)–, de geografía, de topografía, de arqueología.
Holzner analiza al microscopio todos los viajes, fundaciones, cartas y cautiverios del santo. Impresionan sus periplos infatigables a través de pasos inhóspitos, desiertos insalubres y cordilleras hostiles por todo Asia menor (Tarso, Derbe, Listra, Iconio, Antioquia, Tiatira, Esmirna, Pérgamo, Éfeso, Sardes, Filadelfia, Laodicea, Tróade) y por Macedonia (Filipos, Tesalónica, Berea); sus estancias en Atenas (¡qué tratamiento del discurso en el Areópago!) y en Corinto; sus travesías marítimas (con naufragio incluido) por casi todo el Mediterráneo; sus espinosas visitas a Jerusalén, con los cristianos judaizantes al acecho (¡algunos querían darle muerte!), y cómo no, sus dos cautiverios en Roma y su martirio final. Y no menos impresionan sus cartas (cuidado análisis por Holzner de cada una de ellas) y también su decisión a la hora de dar su vida por Cristo y por el Evangelio, sin pararse a medir la prudencia de sus acciones (tuvo que salir por pies en muchas ocasiones).
Los retratos de los personajes son excelentes: Lucas, Marcos, Timoteo, Tito, Áquila y Priscila, y tantos otros. Y San Pablo queda reflejado como un titán de la fe, un luchador que no contempla la derrota, un excelente orador, un valiente. Quedan desde luego patentes su erudición y su inteligencia, pero también la dureza de su carácter y su decisión para rechazar sin remilgos todo lo que se interponga entre él y su misión. No tiene inconveniente en reprochar a Pedro su debilidad al separarse de los gentiles cuando llegan los judaizantes, ni en poner tibio a Marcos cuando no aguanta su ritmo evangelizador. Probablemente en realidad el personaje fuera así y el perfil que de él traza Holzner sea el más adecuado, pero lo cierto es que (al menos en mí) no despierta amabilidad, ternura o cordialidad (como sí me sucede a menudo con Juan y sobre todo con Pedro, no sólo en su encuentro con Jesús resucitado). Este Pablo provoca admiración y gratitud (le debemos casi todo), pero no facilita la intimidad.
Se trata de un libro muy recomendable para todos aquellos (creyentes o no), que estén interesados en la figura de San Pablo quien, como el autor demuestra, es el hombre que más ha influido en la historia de la humanidad; e imprescindible para entusiastas del santo o de cualquiera de sus textos. Ahora bien, debe destacarse que su lectura no es siempre fácil ni en todo momento amena: junto a momentos sublimes se encuentran también puertos de primera categoría (valga el símil ciclístico ahora que empieza la devaluada Vuelta a la también devaluada España). Además, la traducción, aunque precisa, peca de preciosista y se ha quedado algo antigua. En definitiva, que su lectura es una empresa que requiere empeño.
Finalmente –no por menos importante menos gozoso–, la obra esta plagada de consideraciones obiter dicta magistrales (recuerdo ahora especialmente una sobre Lutero y su interpretación sesgada de la Carta a los Romanos), de frases felices y de citas memorables. Por todas, ésta que parece ser de Goethe y que me ha emocionado: “El río en que me baño es tradición y gracia”. Toda una divisa alejandrina para un escudo de armas con el que combatir los tiempos presentes.
[Josef HOLZNER: San Pablo, Heraldo de Cristo. (Trad. José Monserrat, S.I.). 14ª edición, Herder, Barcelona, 1956. 558 págs. ]
26 agosto 2006
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