Mención especial en mi periplo merece la misa a la que asistimos Carmen y yo el 12 de octubre, en la Iglesia del Pilar, en el bonaerense barrio de La Recoleta. El día de la Hispanidad (que no de la raza, hay que releer a Maeztu), con la iglesia a reventar, el sacerdote comenzó recordando lo que se conmemora este día. Cómo la Virgen, todavía en vida terrena, se apareció por primera vez al apóstol Santiago, en la Madre Patria España, para reconfortarle en su misión de llevar la fe en su Hijo hasta el finis terrae. Cómo ésta fue la primera aparición de María, y cómo en España el amor a la Madre del Señor ha sido desde entonces signo de identidad –tierra de María, que diría (San) Juan Pablo II. Cómo gracias a España llegó la fe a la Argentina y a toda América, lo más grande que puede uno recibir, y cómo teníamos (tenían los feligreses argentinos, quiero decir), que tener esto siempre presente, que agradecer ese regalo y que pedir por que aquí (allí, en Argentina) y también allí (aquí en España), esa fe se conservase y se acrecentase. Excuso deciros cómo estábamos Carmen y yo, levitando, con el nudo en la garganta.
En esta misma línea, las continuas referencias a España que oí en Quito. O, ripios aparte, el himno de la sufriente Santa Cruz de la Sierra, que cantan a una con emoción:
La España grandiosa
Con hado benigno
aquí plantó el signo
de la redención.
Y surgió a su sombra
un pueblo eminente
de límpida frente
de leal corazón.
Al margen de amarguras, preocupaciones, disfrutes y admiraciones, lo que más me ha llamado la atención de mi viajes por Sudamérica es lo presente que están España y lo español en tantos países y en tantos millones de personas. En un mismo año, en pocos meses, he estado en Venezuela, Méjico, El Ecuador, Bolivia y La Argentina. Al margen de la interesada leyenda negra y de los políticos que tienen, en toda Hispanoamérica se nos tiene como referente y, de una forma más o menos explícita, se reclama nuestra paternidad, nuestra guía. Sé que puede sonar fatal y que es políticamente incorrecto, pero es así. Ven nuestra liga, leen nuestros libros (a Almudena Grandes o a Javier Marías, ya podían leer a Trapiello), oyen a nuestros cantantes, aplauden a nuestros toreros. Y lo que es más difícil de creer, tienen interés por nuestra política y se toman en serio la última ocurrencia de cualquiera de nuestros catedráticos. Ya digo, nos guste o no (que a mí me gusta), nos tienen como modelo.
Y , con profunda amargura, he de decir que nosotros les hemos fallado lamentablemente . En vez de darles ejemplo, estamos exportándoles toda nuestra porquería: aborto, homosexualidad, divorcio, ideología de género, resentimiento, cainismo acérrimo, etc. La madre se ha convertido en ramera. Allí, en la mayoría de los sitios, la religión, la patria y la familia son intocables. Y nosotros aquí con estos políticos impresentables, atacando a las tres instituciones (PSOE) o, siendo benévolos, desentendiéndose de ellas (PP).
Qué asco y qué responsabilidad. Para pedirles perdón, no por nuestro pasado como pretenden algunos sino, precisamente, por nuestro presente.
11 noviembre 2008
10 noviembre 2008
Iguazú
De Buenos Aires, dimos un salto a Iguazú con Pedro y Marina. Puede verse perfectamente en un trasnochón. Se llega allí a mediodía y se visita el lado brasileño y, al día siguiente por la mañana, se hace el lado argentino y se regresa por la tarde a Bs. As.
Había bastante agua. Aquello es de una grandiosidad espectacular, naturaleza en todo su esplendor. Cuando contemplo parajes de este estilo, siempre dedico un recuerdo a Dios padre, por hacer tanta belleza. El orden del mundo es, para mí, el argumento racional que más convence acerca de la existencia de Dios, aunque de poco sirve creer sólo en un Dios creador. Lo que importa es saber qué tiene ese Dios que ver con mi vida, y eso no lo da la razón. El Dios personal, el que salva, el que acompaña y al que se puede rezar, el que verdaderamente importa, ése sólo se conoce por la fe. Que es en definitiva un encuentro, una respuesta a una llamada. Pero a lo que iba, después del recuerdo agradecido al Hacedor, la mayoría de las veces me quedo más bien frío ante paisajes deslumbrantes. Eso me pasó en la parte brasileña, oficialmente la más bonita. Un torrente espectacular, un ruido de agua tremendo, y un cale hasta los huesos. Media horita de hala, qué bonito, y poco más.
Sin embargo, al día siguiente, la parte argentina, mucho más extensa, sí que resultó emotiva. Primeramente porque, al ser más larga, tiene uno tiempo para pasear y ver la flora y la fauna locales (plantas de todas las formas y especies, pájaros, reptiles, gusanos de Indiana Jones, todo a lo bestia). Además, las cataratas van apareciendo y desapareciendo entre la frondosidad de la selva y uno puede contemplar diversas perspectivas. Pero lo que verdaderamente resulta emocionante, con el tiempo y el paseo, es recordar a Alvar Núñez Cabeza de Vaca, y pensar cómo es posible que llegase aquí “a pelo”, sin aviones, sin carreteras ni coches, sin medicinas. Cómo salieron de España en una cáscara de nuez (no hay más que ver la réplica de la Santa María en el puerto de… vaya, ahora no recuerdo dónde), cómo trajeron la fe a tierra desconocida y cómo, a golpe de machete, dominaron la selva y se encontraron con esta fuerza de la naturaleza, menos meritoria que su hazaña. Decididamente eran de otra pasta.
Al Hacedor el agüita ésta le quedó mona, pero nada como Adán y familia.
Había bastante agua. Aquello es de una grandiosidad espectacular, naturaleza en todo su esplendor. Cuando contemplo parajes de este estilo, siempre dedico un recuerdo a Dios padre, por hacer tanta belleza. El orden del mundo es, para mí, el argumento racional que más convence acerca de la existencia de Dios, aunque de poco sirve creer sólo en un Dios creador. Lo que importa es saber qué tiene ese Dios que ver con mi vida, y eso no lo da la razón. El Dios personal, el que salva, el que acompaña y al que se puede rezar, el que verdaderamente importa, ése sólo se conoce por la fe. Que es en definitiva un encuentro, una respuesta a una llamada. Pero a lo que iba, después del recuerdo agradecido al Hacedor, la mayoría de las veces me quedo más bien frío ante paisajes deslumbrantes. Eso me pasó en la parte brasileña, oficialmente la más bonita. Un torrente espectacular, un ruido de agua tremendo, y un cale hasta los huesos. Media horita de hala, qué bonito, y poco más.
Sin embargo, al día siguiente, la parte argentina, mucho más extensa, sí que resultó emotiva. Primeramente porque, al ser más larga, tiene uno tiempo para pasear y ver la flora y la fauna locales (plantas de todas las formas y especies, pájaros, reptiles, gusanos de Indiana Jones, todo a lo bestia). Además, las cataratas van apareciendo y desapareciendo entre la frondosidad de la selva y uno puede contemplar diversas perspectivas. Pero lo que verdaderamente resulta emocionante, con el tiempo y el paseo, es recordar a Alvar Núñez Cabeza de Vaca, y pensar cómo es posible que llegase aquí “a pelo”, sin aviones, sin carreteras ni coches, sin medicinas. Cómo salieron de España en una cáscara de nuez (no hay más que ver la réplica de la Santa María en el puerto de… vaya, ahora no recuerdo dónde), cómo trajeron la fe a tierra desconocida y cómo, a golpe de machete, dominaron la selva y se encontraron con esta fuerza de la naturaleza, menos meritoria que su hazaña. Decididamente eran de otra pasta.
Al Hacedor el agüita ésta le quedó mona, pero nada como Adán y familia.
09 noviembre 2008
Buenos Aires
Nunca antes había estado en Buenos Aires. Desde mis tiempos de hipnosis borgiana, en mis early twenties, siempre había querido ir allí. Un wagneriano decía que a Bayreuth se puede llegar en coche o en tren, pero que lo suyo es ir de rodillas. Yo sentía algo similar por la ciudad de Borges. Quería estar en Charcas y Maipú, probar un alfajor santafecino para juzgarlo interesante, como Carlos Argentino Daneri, o pasear por Palermo entre malevos y lunfardo. Soñaba con encontrar en una recóndita librería de viejo un ejemplar de Inquisiciones, del que tenía en casa una fotocopia (luego, ya muerto Borges, Kodama lo ha reeditado y ha perdido gracia), o con releer, una vez más pero esta vez allí, párrafos y versos que forman parte de mi vida.
Sin embargo, llevo ya muchos años menos deslumbrado (o ya desintoxicado, si queréis) por el genio de Borges. Hace tiempo que concedo que no necesariamente es el mejor escritor que ha habido, y que Homero, Cervantes, Quevedo, Chesterton, Ginzburg o Trapiello tampoco están mal. Así que ahora que, con ocasión del congreso de la International Bar Association, he estado en su ciudad, cuarentón y burgués, no he hecho nada de lo que en un tiempo soñaba. Pero he disfrutado enormemente.
Llegué desde Santa Cruz y me encontré allí con Carmen, que venía desde Madrid con Pedro y Marina, y con dos compañeros más de despacho. Todo muy cosmopolita. Buenos Aires es una ciudad preciosa (e insegura). Aunque más monumental, tiene partes que recuerdan mucho a Madrid, y otras al mejor París. Las anchuras y las alturas son impresionantes, y la gente encantadora. Fui al Jockey Club, que tiene correspondencia con la Gran Peña de Madrid, una maravilla. El mozo que me enseñó las instalaciones no dudó en enseñarme también el salón de esgrima, por si tenía tiempo y quería tirar un poco. Tuvimos también un cóctel en el Círculo Militar, deslumbrante. Conocimos las embajadas española y portuguesa, en el barrio Parque. También Palermo Hollywood, Palermo Soho, Puerto Madero, todo diseño y glamour. Y finalmente Boca y San Telmo, argentinismo auténtico. Todo ello con el Hotel Alvear como puesto de mando. En fin, una gozada.
Sin embargo, llevo ya muchos años menos deslumbrado (o ya desintoxicado, si queréis) por el genio de Borges. Hace tiempo que concedo que no necesariamente es el mejor escritor que ha habido, y que Homero, Cervantes, Quevedo, Chesterton, Ginzburg o Trapiello tampoco están mal. Así que ahora que, con ocasión del congreso de la International Bar Association, he estado en su ciudad, cuarentón y burgués, no he hecho nada de lo que en un tiempo soñaba. Pero he disfrutado enormemente.
Llegué desde Santa Cruz y me encontré allí con Carmen, que venía desde Madrid con Pedro y Marina, y con dos compañeros más de despacho. Todo muy cosmopolita. Buenos Aires es una ciudad preciosa (e insegura). Aunque más monumental, tiene partes que recuerdan mucho a Madrid, y otras al mejor París. Las anchuras y las alturas son impresionantes, y la gente encantadora. Fui al Jockey Club, que tiene correspondencia con la Gran Peña de Madrid, una maravilla. El mozo que me enseñó las instalaciones no dudó en enseñarme también el salón de esgrima, por si tenía tiempo y quería tirar un poco. Tuvimos también un cóctel en el Círculo Militar, deslumbrante. Conocimos las embajadas española y portuguesa, en el barrio Parque. También Palermo Hollywood, Palermo Soho, Puerto Madero, todo diseño y glamour. Y finalmente Boca y San Telmo, argentinismo auténtico. Todo ello con el Hotel Alvear como puesto de mando. En fin, una gozada.
Santa Cruz de la Sierra, Bolivia
Espoleado por Enrique, os diré que este prolongado silencio no tiene especial excusa. Trabajo, sí, ha habido, pero tampoco ha faltado tiempo para algunas líneas. Ahora estoy en un avión, dirigiéndome a mi anual congreso de arbitraje en Miami, y me he acordado en de mi anterior viaje a Ecuador, Bolivia y Argentina. Os sigo contando.
Después de Quito fuimos, en nuestro particular road show, a Santa Cruz (Bolivia), la provincia díscola con este aparente pobre hombre y en realidad peligroso personaje que es Evo Morales. Allí nadie estaba especialmente interesado en el tema de nuestras conferencias. El taxista que nos llevó al hotel, los empleados del mismo, los camareros y, desde luego, todos los asistentes al evento en que participé, sólo tenían una preocupación: saber qué información y qué opinión tenía la opinión pública internacional sobre sus problemas, sobre “lo que está pasando aquí”. Bolivia está partida en dos por una imaginaria línea vertical: el altiplano, indigenista con el gobierno de La Paz (“descansó en La Paz, Bolivia, del Señor”, que diría Foxá) al oeste, y la parte baja, con Santa Cruz como centro económico, Pando, y otras provincias, al este. Evo envía masas de indígenas a presionar a las puertas de esas ciudades para someterlas a su dictadura indigenista. Y los santacruceños estaban casi llamando a las armas para resistir. Ahora parece que la situación está más calmada, pero entonces creíamos que nos cerraban el aeropuerto.
Así las cosas, comprenderéis que a nadie le interesaba el arbitraje de inversión o si procedía o no la denuncia del Tratado de Washington. Evo, terrible. No he podido contrastarlo en los textos, pero según me contaban los de allí, su nuevo programa político pasa por quitar a los padres la patria potestad de los hijos a los doce años, para dársela al Estado; o por llenar cualquier habitación vacía de cada casa particular con un indígena sin techo, aboliendo la propiedad privada de facto.
Hay veintitantas razas autónomas, con veintitantas lenguas oficiales, todas ellas sometidas a discriminación positiva: preferencia para la ocupación de cargos en la Administración y para la recepción de ayudas públicas. Por supuesto, todo lo que huela a colonizadores, religión católica incluida, es rechazado acríticamente. Y lo mejor es que se ha hecho del indigenismo algo parecido a la ideología de género: como el sexo, el indigenismo es ahora en Bolivia una opción. Cada uno puede “sentirse” quechua, aymara o guaraní y, cómo no, pasar a serlo mediante la oportuna inscripción. Entonces, se puede beneficiar de todas esas prebendas. Obviamente, previa negación de su pasado y su de tradición, y sometiéndose a los dictados este sátrapa que cuenta, cómo no, con la ayuda del gorila Chávez y, cuando menos, con el beneplácito de nuestro gobierno.
Me pasó algo parecido en mi anterior viaje a Caracas, aunque aquí la situación es aún más preocupante. De un lado, lo que hay ahora es deplorable, un mix de marxismo y astracanada. Pero de otro, estos lodos han sido traídos por los polvos de una clase política corrupta hasta el tuétano, que no ha sido capaz de hacer nada por una población inmersa en la pobreza e hipnotizada por la televisión.
Comprenderéis que no me fuera de allí muy contento, y que no me apeteciera mucho escribir.
Después de Quito fuimos, en nuestro particular road show, a Santa Cruz (Bolivia), la provincia díscola con este aparente pobre hombre y en realidad peligroso personaje que es Evo Morales. Allí nadie estaba especialmente interesado en el tema de nuestras conferencias. El taxista que nos llevó al hotel, los empleados del mismo, los camareros y, desde luego, todos los asistentes al evento en que participé, sólo tenían una preocupación: saber qué información y qué opinión tenía la opinión pública internacional sobre sus problemas, sobre “lo que está pasando aquí”. Bolivia está partida en dos por una imaginaria línea vertical: el altiplano, indigenista con el gobierno de La Paz (“descansó en La Paz, Bolivia, del Señor”, que diría Foxá) al oeste, y la parte baja, con Santa Cruz como centro económico, Pando, y otras provincias, al este. Evo envía masas de indígenas a presionar a las puertas de esas ciudades para someterlas a su dictadura indigenista. Y los santacruceños estaban casi llamando a las armas para resistir. Ahora parece que la situación está más calmada, pero entonces creíamos que nos cerraban el aeropuerto.
Así las cosas, comprenderéis que a nadie le interesaba el arbitraje de inversión o si procedía o no la denuncia del Tratado de Washington. Evo, terrible. No he podido contrastarlo en los textos, pero según me contaban los de allí, su nuevo programa político pasa por quitar a los padres la patria potestad de los hijos a los doce años, para dársela al Estado; o por llenar cualquier habitación vacía de cada casa particular con un indígena sin techo, aboliendo la propiedad privada de facto.
Hay veintitantas razas autónomas, con veintitantas lenguas oficiales, todas ellas sometidas a discriminación positiva: preferencia para la ocupación de cargos en la Administración y para la recepción de ayudas públicas. Por supuesto, todo lo que huela a colonizadores, religión católica incluida, es rechazado acríticamente. Y lo mejor es que se ha hecho del indigenismo algo parecido a la ideología de género: como el sexo, el indigenismo es ahora en Bolivia una opción. Cada uno puede “sentirse” quechua, aymara o guaraní y, cómo no, pasar a serlo mediante la oportuna inscripción. Entonces, se puede beneficiar de todas esas prebendas. Obviamente, previa negación de su pasado y su de tradición, y sometiéndose a los dictados este sátrapa que cuenta, cómo no, con la ayuda del gorila Chávez y, cuando menos, con el beneplácito de nuestro gobierno.
Me pasó algo parecido en mi anterior viaje a Caracas, aunque aquí la situación es aún más preocupante. De un lado, lo que hay ahora es deplorable, un mix de marxismo y astracanada. Pero de otro, estos lodos han sido traídos por los polvos de una clase política corrupta hasta el tuétano, que no ha sido capaz de hacer nada por una población inmersa en la pobreza e hipnotizada por la televisión.
Comprenderéis que no me fuera de allí muy contento, y que no me apeteciera mucho escribir.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)