Se trata de un pequeño auto de navidad escrito por Jean Paul Sartre (sí, Sartre) mientras estuvo retenido en el Stalag 12D, un campo de prisioneros nazi, a petición de los capellanes que allí había. Por cierto, no hay muchos datos de esta retención, y no faltan autores que acusan a Satre de colaboracionista, pero el tema no viene ahora a cuento. El caso es que la obra se sitúa en las horas anteriores y posteriores al nacimiento de Cristo, y muestra la evolución que, a raíz del Acontecimiento, sufre Barioná, un anarco-palestino hastiado del sometimiento romano. Fue representada en la Nochebuena de 1940 ante más de doce mil soldados prisioneros, y el mismo Sartre actuó en ella.
Sartre renegó siempre de este texto --cuya difusión hubiera sido perjudicial para su estudiada e interesada pose-- y se se negó siempre a su reedición, lo hizo de él un introuvable.Sin embargo, José Ángel Agejas, profesor de la UFV, siguió tenazmente su rastro y logró hacerse con un ejemplar, que otro profesor, Tomás Alfaro, tradujo al español y que ha sido publicado por la Voz de Papel, con un excelente ensayo introductorio del propio Agejas. Desde entonces han sido varias las representaciones de la obra en los foros más insospechados, con resultados siempre sorprendentes (la última de ellas, sin ir más lejos, en la Facultad de Políticas de la Complutense, auténtico territorio comanche).
En verdad es un instrumento excelente para la propaganda fidei, porque el nombre del existencialista francés rompe los prejuicios que la progresía y los laicistas pudieran tener a la hora de leer (o asistir a la representación de) un auto de navidad. Y es que el libro está francamente bien, con pasajes impresionantes. Fijaos en éste donde el ateazo de Jean-Paul nos muestra con ternura exquisita a María con el Niño en brazos:
"La Virgen está pálida y mira al niño. Lo que habría que describir de su cara es una reverencia llena de ansiedad que no ha aparecido más que una vez en una cara humana. Y es que Cristo es su hijo, carne de su carne y fruto de sus entrañas. Durante nueve meses lo llevó en su seno, le dará el pecho y su leche se convertirá en sangre divina. De vez en cuando la tentación es tan fuerte que se olvida de que Él es Dios. Le estrecha entre sus brazos y le dice: ¡mi pequeño! Pero en otros momentos, se queda sin habla y piensa: Dios está ahí. Y le atenaza un temor reverencial ante este Dios mudo, ante este niño que infunde respeto. Y es una dura prueba para una madre tener vergüenza de sí y de su condición humana delante de su hijo. Aunque yo pienso que hay también otros momentos, rápidos y resbaladizos, en los que siente, a la vez, que Cristo, su hijo, suyo, es su pequeño, y es Dios. Le mira y piensa: Este Dios es mi hijo. Esta carne divina es mi carne. Está hecha de mí. Tiene mis ojos y la forma de su boca es la de la mía. Se parece a mí. Es Dios y se parece a mí. Y ninguna mujer, jamás, ha tenido así a su Dios para ella sola. Un Dios muy pequeñito al que se puede coger en brazos y cubrir de besos, un Dios caliente que sonríe y que respira, un Dios al que de puede tocar; y que sonríe. Es en uno de esos momentos cuando pintaría yo a María si fuera pintor. Y trataría de plasmar el aire de atrevimiento tierno y tímido con que ella adelanta el dedo para tocar la piel pequeña y suave de este niño-Dios cuyo peso tibio siente sobre sus rodillas y que le sonríe."
Además de bellísimo, el texto es una muestra, creo, de que todos estamos llamados a la santidad y de que incluso Sartre tuvo algún momento de intimidad con su Creador (no puedo creer que este texto le saliese "profesionalmente", sin emoción). Ahora bien, como siempre, Él llega a la puerta y llama. Si luego no le abrimos es cosa nuestra.