Un buen artículo de mi amigo Tomás Alfaro:
Escribo estas líneas con pena. Pena por la ceremonia de confusión que se ha desatado a raíz del cierre de la parroquia de san Carlos Borromeo. Parece como si a alguien le interesase hacer creer que hay dos Iglesias, una buena y otra mala.
La buena estaría muy preocupada por la ayuda al prójimo necesitado y no tendría tiempo para dedicarse a administrar los sacramentos, desarrollar dignamente la liturgia o acercar a Cristo a los hombres a través de la oración. La mala, por el contrario, se preocuparía de estas últimas cosas descuidando la atención a los más necesitados.
Ni que decir tiene que este planteamiento maniqueo es absolutamente falso. No hay más que una Iglesia, la que mira a Cristo, se nutre de su amor a través de los sacramentos y, precisamente por ese amor, se vuelca en la caridad hacia el prójimo. Cualquier cosa a la que le falte una de esas dos vertientes, será lo que sea, menos la Iglesia de Cristo.
Por eso me duele la doble falsedad en la que se asienta ese planteamiento maniqueo. Parece como si la única parroquia de Madrid que se ocupa de los oprimidos por la droga fuese la de san Carlos Borromeo. Y no es verdad. No hay parroquia en la que no haya iniciativas de ayuda a los más necesitados en muchísimos frentes, el espiritual incluido, que no es, ni mucho menos, el menor. Parece también como si la oración fuese un estorbo para la ayuda al prójimo. Y es también falso. Si alguien le pregunta a cualquiera de las misioneras de la caridad fundadas por Madre Teresa de dónde saca la fuerza para gastar su vida entera en la ayuda al prójimo, la respuesta es siempre la misma. De Cristo sacramento, de la oración. Yo se lo he preguntado muchas veces a unos misioneros amigos míos de una pequeña comunidad que lleva a Cristo a la zona más pobre de Kenia, junto al lago Turkana, y su respuesta ha sido siempre esa. No hay mayor ni mejor ONG que la Iglesia de Cristo. Y lo es gracias a la oración y a los sacramentos.
Pero además de estas falsedades, hay también en todo este asunto una ceguera voluntaria, de la que tienen quienes no quieren ver, que es la peor. El Arzobispado de Madrid no ha cerrado la vertiente de asistencia social que pudiera tener la antigua parroquia de san Carlos Borromeo. Ha cerrado la parroquia como tal, en su parte litúrgica y sacramental, que es, precisamente, la que no parecía importar a los sacerdotes que la dirigían. Pero resulta que, a todos los que se rasgan las vestiduras, sedicentes intelectuales, les importan tres pimientos la liturgia, la religión y los sacramentos. Protestan por que se ha cerrado, precisamente, lo que no les importa. Incluso han hecho la sacrílega pantomima de comunión-protesta, bajo especie de rosquilla, cuando es más que probable que ninguno de ellos lo haya hecho bajo ninguna especie desde hace muchos años. Son los mismos que callan cuando ven cómo los últimos en abandonar un país en el que un conflicto civil se cobra muertos como chinches, son religiosos y religiosas que desafían la muerte por Cristo y lo dicen.
¿Por qué esta tergiversación? Evidentemente, porque a todos estos repentinos preocupados por la suerte de la parroquia de san Carlos Borrromeo lo que les corroe por dentro es el odio a la Iglesia. Lo que les gustaría es cerrar ellos todas las parroquias, con asistencia social incluida. No es nada nuevo. En sus 2.000 años de existencia, la Iglesia ha pasado por muchas persecuciones peores que estas protestas. Y ha sobrevivido porque está edificada a prueba de las puertas del infierno. No puedo evitar, sin embargo, que me duela que muchos hombres de buena voluntad se dejen engañar por tan burda manipulación. Cuentan que cierto día el camarlengo de san Pío X, viéndole muy apesadumbrado, le dijo: “Santidad, no se entristezca tanto. Al fin y al cabo, tenemos la promesa de Cristo de que la barca de Pedro no se hundirá”. “Es cierto –parece que le respondió el Papa– pero no es la barca de Pedro lo que me preocupa sino los que se tiran al mar”. Por eso escribo estas líneas con gran dolor. Por los que se dejan engañar por los cantos de sirena y abandonan la barca de Pedro.
13 abril 2007
10 abril 2007
El maestro reza al Maestro
Masters de Augusta. Vencedor, Zach Johnson, casi un desconocido de 31 años. Cuando llega al hoyo 18, se come a besos a su mujer y a su hijo de pocos meses. Todavía no es ganador porque por detrás viene Woods con opciones, pero realmente lo tiene bien para llevarse la gloria y el cheque por 1.300.000 dólares.
Tras su victoria, más besos a su mujer y a su hijo y abrazos a los amigos. Después, Zach tarda más de lo previsto en llegar al lugar de la entrega de la chaqueta verde:
«Me he entretenido un momento rezando. ¿Saben?. Es Pascua».
En español aquí y en inglés aquí.
Tras su victoria, más besos a su mujer y a su hijo y abrazos a los amigos. Después, Zach tarda más de lo previsto en llegar al lugar de la entrega de la chaqueta verde:
«Me he entretenido un momento rezando. ¿Saben?. Es Pascua».
En español aquí y en inglés aquí.
08 abril 2007
Et resurrexit
Lo cuenta Cantalamessa (cito de memoria) en su imprescindible La vida en el señorío de Cristo. En una arenga anticristiana en Rusia, el orador materialista peroraba acerca de la falta de credibilidad de la religión, el opio del pueblo, etc. El auditorio asistía impasible a su largo y tedioso discurso. Tras él subió, lleno de gozo, un cristiano. Se limitó a emplear el saludo al uso en Pascua de Resurrección: "¡Cristo ha resucitado!". El auditorio respondió alborozado al unísono: "¡Es verdad, ha resucitado!". No fue necesario añadir más.
Esta es la gozosa certidumbre que tenemos, la que nos debe hacer vencer la tentación de la desesperanza: ¡estamos salvados!
"Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor" (Rom 8, 35).
Esta es la gozosa certidumbre que tenemos, la que nos debe hacer vencer la tentación de la desesperanza: ¡estamos salvados!
"Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor" (Rom 8, 35).
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