El chivatazo lo dio Arp el sábado, y he pasado el fin de semana sin vivir en mí. Esta mañana he corrido raudo a Hiperión, y no había llegado todavía. A mediodía me he acercado a La Casa del Libro, y tampoco. Con el mono disparado, he cruzado a la librería del Círculo de Bellas Artes y, ¡eureka!, ya es mío. Menos mal.
Mi Semana Santa va a ser muy apostólica y no sé si sacaré tiempo para leerlo con calma, pero tengo verdadero interés en ver si confirma una tesis que vengo rumiando desde hace unas semanas. De momento, la formulo como simple hipótesis. Hasta ahora he leído los dos primeros tomos, El gato encerrado y Locuras sin fundamento, y los tres últimos, Siete Moderno, El jardín de la pólvora y La cosa en sí. La tesis es ésta: son todos estupendos pero en las últimas páginas de Siete Moderno tiene lugar un punto de inflexión: el paso de una literatura muy buena a algo más, a una obra maestra. Ese salto se confirma en los dos tomos siguientes, donde mengua lo que menos (me) interesa de sus diarios: las pendencias literarias, si han leído o no su obra los que le invitan a dar conferencias, la mala uva al describir personajes, el resentimiento con todo lo que tenga que ver con la religión; y crecen su sentido del humor, su lirismo y su humanidad. Hay en ellos más gusto, más ternura, más agudeza, menos bilis. Es como cuando un torero "se rompe" al torear. O como lo que cuenta su admirado Ramón Gaya en Velázquez pájaro solitario del genial pintor en comparación con otros simplemente buenos pintores: no es un artista, es un creador.
Igual esta tesis es en sí misma una locura sin fundamento y carece de la más mínima base, pero después de unos cuantos miles de páginas leídas, creo haberla percibido con claridad. ¿La causa esta eclosión? Me la guardo para después de haber leído esta Manía, en la que tengo puestas las mejores esperanzas.
17 marzo 2008
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