Decía Arp en un comentario a mi anterior entrada que a la kenosis o anonadamiento de Cristo, nunca acabas de verle el fondo. Qué cierto es. A raíz de ello, me han venido a la memoria estas palabras con que Miguel d’Ors agradece al Creador un segundo casi extático de contemplación del azul del cielo y del amarillo de no sé qué árbol (seguro que un arce no). Pertenecen a un poema de su último libro, Sol de noviembre. Aunque creo recordar que forman parte de dos versos diferentes, también por sí solas configuran un bello endecasílabo, que emociona.
Me evocan a Elías en el Horeb, esperando la venida de Dios bajo grandes manifestaciones y no reconociéndolo ni en el terremoto ni en el fuego devorador, sino en la suave brisa ante la que se tapó el rostro. También al precioso himno que S. Pablo recoge en su Carta a los Filipenses, que narra el susodicho anonadamiento de Cristo; y al gran y santo Juan Pablo II cuando, ante el asombro de Belén, compuso sin saberlo otro bello endecasílabo: “El Creador es un niño que llora”, dijo.
11 septiembre 2006
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