Fui a verla al cine el sábado con Carmen. Como muchos ya sabréis, es la cinta alemana que ha ganado el Óscar a la mejor película extranjera. La acción se sitúa en la Alemania Oriental, precisamente en el año 1984 (tácito homenaje a Orwell), y narra el exhaustivo espionaje al que se ve sometido un intelectual orgánico que empieza a renegar del régimen, por el más competente de los oficiales de la Stasi.
La película es larga y a veces lenta, pero se sale de ella con la impresión y la emoción de haber visto una obra maestra. A través de una fotografía y una ambientación espléndidas, se retrata la fealdad, la tristeza, la opresión, el miedo, la deshumanización y la falta de esperanza inherentes a los sistemas comunistas. Destaca especialmente la interpretación contenida de Ulrich Mühe, que da vida al competente y hierático capitán Gerd Wiesler de la Stasi. Y conmueve comprobar cómo hasta el más despiadado de los hombres puede emocionarse al oír una sonata para piano, y cómo la redención es siempre posible.
Es escalofriante pensar que una parte de Alemania estaba así hace dos días, y que todavía quedan países en el mundo que viven bajo esa maldición. E idéntico escalofrío produce contemplar cómo todavía quedan partidos comunistas, y cómo en lugar de estar prohibidos (como los nazis) aún gozan de buena prensa entre la progresía bienpensante.
Aunque sea políticamente incorrecto, confieso que al salir di gracias a Dios porque las intenciones de Carrillo, Largo Caballero, Negrín y demás próceres que colgaban la foto de Stalin en la Puerta de Alcalá, se vieron finalmente frustradas.