30 abril 2008

Aviso: libro polémico

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Queridos amigos,

Os envío este correo a un grupo seleccionado de amigos a los que considero cercanos personalmente y relevantes prescriptores en eso que llamamos “el mundo católico”. Me permito enviároslo para haceros llegar algunas reflexiones sobre la publicación de “Por qué el Estado sí es el problema”.

Todos conocéis la línea de nuestra editorial. Aún así, creemos que este libro no será bien entendido por parte de nuestros habituales lectores. En él Thomas Woods defiende que la postura propia de un catolicismo ortodoxo y tradicional es afirmar sin reservas el principio de subsidiariedad también en lo económico. Defiende que el Estado moderno es un tremendo aparato que necesariamente, por naturaleza, tiene una tendencia expansiva y totalitaria, que se manifiesta de un modo singular a través de lo económico (en definitiva, lo que recauda es lo que define su tamaño y su poder). De este modo, una economía intervenida es más ineficiente, más injusta y más gravosa para todos, y conlleva además una intromisión que siempre tiene consecuencias en lo moral y en lo cultural, pues la redistribución que hace el Estado nunca está exenta de unos criterios sobre cómo debe ser la sociedad. En definitiva, los criterios de la mentalidad dominante, que anualmente reinventa la sociedad y el tipo de relaciones entre las personas y las familias gracias a los recursos que previamente les ha arrebatado.

La cuestión es que el libro defiende estas tesis, y manifiesta que muchos documentos de la Doctrina Social de Iglesia han formulado juicios erróneos sobre el funcionamiento de la economía. La tesis es que lo auténticamente tradicional en la Iglesia fue la postura de la Escuela de Salamanca, que supuso además la formulación de la economía como ciencia. Para Woods, algunas de las posturas defendidas en ambientes católicos durante el siglo XX no fueron sino la consecuencia de la infiltración en la Iglesia de ideas modernas, historicismo alemán y socialismo, definitivamente abandonadas y corregidas en la Centesimus Annus.

Tanto desde nuestra labor en Ciudadela como en la Fundación Burke, es un tema al que cada día damos más importancia, hasta el punto que no es posible plantear una regeneración de lo social sin cuestionar al tiempo el tamaño de Estado. Como comprenderéis, el hecho de que el libro entre en abierta discusión con algunos documentos de la Iglesia provocará heridas y suspicacias.

Woods no es un autor dudoso. Antes bien, es representante de un catolicismo muy en boga en Estados Unidos, profundamente tradicional en todos los órdenes, (su siguiente libro es una defensa de la misa tradicional y ha sido un crítico constante y público respecto a los obispos americanos que se resistieron o criticaron el Motu Propio). Desde este catolicismo, presente en varios de los nuevos y pujantes colleges católicos, se está defendiendo este planteamiento, reivindicativo, en definitiva, de la libertad económica como requisito necesario para que el Estado se mantenga en su ámbito propio, lo político, y no intente “experimentar” redefiniendo lo social. (Lo que, curiosamente, siempre hace en el mismo sentido, haciendo avanzar agenda progresista, fuertemente laicista y antirreligiosa).

Por otro lado, el libro incluye un prólogo muy ilustrativo del Profesor Juan Velarde.

Sabemos que el libro y la editorial serán criticados. Creemos que el riesgo merece la pena, pues es un debate que hay que poner encima de la mesa. Los católicos también tenemos que reconsiderar lo que significa la aceptación acrítica de la socialdemocracia. Creo que libros rigurosos como este nos ayudan a comprender mejor lo económico y su relación con lo social.

Perdonad la extensión, pero creía importante introduciros en el debate para que este cuente con la mejores “cabezas católicas”, y no lo dejemos a los tópicos pretendidamente piadosos ni a la crítica fácil que nos tachará de “disidentes liberales”.

http://findesemana.libertaddigital.com/articulo.php/1276234581

Un fuerte abrazo

Antonio Arcones

29 abril 2008

Un inédito de Fernando Anaya

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Canción del soldado

Estos dos puntos de sangre sobre la piel marcan el signo de mi suerte.

Desde su cobijo invisible, un aguijón de cabeza triangular se incrustaba fatalmente sobre mi muslo de conquistador.

Hasta entonces, tras el reflejo de esta armadura que aún porto, la tropa había avanzado unida, rompiendo un océano de tentáculos vegetales, muy cerca del rústico venablo que nos lanzaba el nativo.

Algo de profecía guarda el desfallecer en el ecuador del extravío para quien su vida fue un continuo tránsito.

Destilé la grandeza de un imperio con el sudor de mi barbilla. Guardé a los míos del signo grave del rayo y fui voz en la tempestad entonando la oración del pan compartido.

Y ahora, bajo el paladar de este clima inverosímil, me derrumbo en la certeza de haber sido un rodamiento nada más, la prolongación de una derrota que no alcanzó meta alguna.

Sobre mi pierna, dos pupilas de ultratumba me indican el camino del desfiladero.

En el desvarío de la fiebre mortal, creo ver a mi madre, de joven, limpiándome la mordedura.

Un repique de cacatúas celebra mi agonía, este miserere tropical es lo último que escucho.

De rodillas, con el peso de toda la selva sobre mi espalda, tengo la sensación de morir como siempre he vivido: huésped de ninguna parte.

28 abril 2008

42424

Es el número de palíndromos en español que ha recopilado Víctor Carbajo, a quien he conocido a través de Microsiervos. Por supuesto, este número es también un palíndromo. Si os cansáis, siempre está su propia selección personal, con algunos magistrales que eclipsan al celebérrimo "dábale arroz a la zorra el abad".

Yo creía que el español era el rey en estas naderías, y que en francés sólo existía el célebre "L’âme des uns jamais n’use de mal", pero un lector me aguó la fiesta al mostrarme el gran palíndromo de Georges Perec.