21 julio 2006

Into great silence

Philip Gröning es un director de documentales agnóstico, al que siempre le había atraído la vida de los cartujos, cuya regla es la más dura de todas las órdenes monásticas (pasan prácticamente todo el tiempo en el silencio más absoluto). Parece ser que hace quince años, este individuo tuvo la osadía de pedir al prior de la Gran Cartuja de los Alpes suizos, casa-madre de la orden, que le dejase entrar en el monasterio con su cámara para rodar un documental. Sorprendentemente, el prior no le dijo que no, sino simplemente que era algo prematuro y que ya le diría algo. Quince años después (benditos tiempos de la Iglesia) accedió a su pretensión. Gröning estuvo seis meses enclaustrado con ellos (y con su cámara). El resultado ha sido una película de casi tres horas, Into Great Silence, que ha obtenido numerosos premios, y un considerable éxito de espectadores en Alemania, Francia y Suiza. Su sitio web oficial es éste, y puede verse un magnífico trailer aquí.


No tengo noticias de que se haya estrenado en España, al margen de un parece que discreto pase por el
festival de cine de Sevilla. Habrá que esperar a que salga en DVD para verla y darle toda la difusión posible.


Siempre me ha emocionado el lema de los cartujos: Stat crux, dum volvitur orbis (la cruz permanece, mientras el mundo da vueltas).

20 julio 2006

Siegfried (West)

El amor de los efebos es y será siempre arcano para mí, mas no así la música de ese teutón que llaman Wagner. Es, junto con Beethoven, Brahms y Bruckner, y a salvo del gran Bach (no hay nada como La Pasión según San Mateo), de mis músicos favoritos.


Hace un par de años fui a ver Siegfried al Teatro Real. La escenografía, contenida e insulsa, pero al menos sin el mal gusto de trasladarnos a Chicago años 30, a la Italia fascista, o a un lupanar (carnavales inútiles al modo de aquellos libretos parasitarios de los que abominaba Pierre Menard). La orquesta y los cantantes, correctos tirando a buenos, y por encima del resto una Brünhilde muy potente cuyo nombre he olvidado. Todo era manifiestamente perfectible, pero pasé un rato estupendo. Me pasó algo parecido a lo que afirmaba Borges, en el prólogo a su traducción de “Hojas de hierba” de Whitman, cuando compara su trabajo con una representación de Macbeth a la que decía haber asistido: aunque «la traducción era no menos deleznable que los actores y que el pintarrajeado escenario, salió a la calle «deshecho de pasión trágica». Shakespeare se había abierto camino; Whitman también lo haría, conjeturaba Borges. En mi caso, Wagner, desde luego, pasó por encima de las mediocridades apuntadas, y del penoso y caro libreto (donde no faltó el peaje a los tiempos que corren con un obligado artículo sobre “Siegfried ¿bisexual?” y otro conjeturando que Franco ganó la guerra porque Hitler venía de oír esta ópera cuando decidió ayudarle).


Ahora, lo de ayer en El Escorial fueron palabras mayores. Era una versión en concierto, aunque vistas las últimas escenografías y el propio estatismo de esta ópera, casi se agradecía. La Orquesta Sinfónica de París, estupendamente dirigida por Christoph Eschenbach (tengo discos suyos como pianista de principios de los 70, y ayer parecía un chaval). Evgeny Nikitin, un enorme ruso (de 1972, ¡ay!) que se adivinaba repleto de tatuajes y que parecía pertenecer a alguna mafia marbellí, compuso un Viajante muy convincente. Volker Vogel, excelente actor, dio vida a un Mime repleto de matices, y el resto de los cantantes estuvieron a una notable altura (a excepción de una Brünhilde esta vez algo cortita). Pero por encima de todos ellos brilló imponente Jon Fredric West, que se marcó un Siegfried para el recuerdo. ¡Qué tío! Desde luego, de largo, el mejor Siegfried que he visto. Se dice que ahora ya no hay perfiles de Heldentenor, pero debían de ser algo muy parecido a este corpulento y potente chaparrete americano. Cinco horas a pleno rendimiento para acabar como si tal cosa, comiéndose con patatas a una Brünhilde recién salida para la última escena, y casi a la propia orquesta. Dicen que, cuando esta ópera se empezó a representar, los tenores morían en escena o a los pocos días, consumidos por el entusiasmo y sobre todo extenuados por la exigencia del papel (y por la falta de dominio de la técnica del canto). No me extraña.


No puedo evitar una profunda melancolía cuando pienso que esa Europa que nos dio estas maravillas se está perdiendo, consumida por su propia decadencia y por renegar de sí misma. Europa, ¡sé tú misma! pedía San Juan Pablo II en Santiago de Compostela (mis recuerdos a Arp). Recemos con esperanza por que así sea.

19 julio 2006

Swing

Esta mañana tengo lío, y esta tarde (D.m) voy a oír Sigfrido en El Escorial, así que voy con más prisas de las habituales. Sin embargo, los que sepan lo endiabladamente difícil que es darle a la bolita, disfrutarán de este vídeo.

18 julio 2006

Agustín de Foxá

Hoy, no sé por qué, me acuerdo de Foxá. La efemérides podría invitarme a transcribir poemas como “La brigada del amanecer”, o “Aquel barco con nombre de isla”, o “Trincheras del frente de Madrid”. O incluso a recomendar vivamente (antes de que sea delito, todo llegará) la lectura de “Madrid de corte a checa”. Sin embargo, lo que al recuerdo que me viene es este magnífico poema, de lo mejor de su obra:

LOS PESCADOS MUERTOS

En las pescaderías hay olas despojadas,

y bajo las bombillas,

acuarelas de añil y barcas rojas.

Carne rosa, tendida sobre trozos de hielo,

¡Oh pescados, odiados por el aire!

porque nunca halló dóciles pulmones.

Salmón rosa, manchando con una sangre anémica

los helechos. ¡Oh anguila!

serpiente azul, sin pájaros.

¡Oh langosta guerrera!

con el yelmo calizo y el ojo sobre un tallo.

Rueda de las sardinas, como un duro de aceite.

Cangrejos de agua amarga.

¡Oh pálidos pescados!, que visteis los corales,

aletas que rozasteis las esponjas,

y esas ostras enfermas de perlas, que ambicionan

las más altas diademas.

¡Oh pescados, flotando sobre las minas de oro!

Se están vendiendo olas; se envuelven en periódicos

los ojos abultados que vieron los naufragios.

Hay carnes de tormenta en modestas cocinas,

y al salir la tostada luna entre los faroles

un ansia de marea mueve estos cuerpos muertos

que, a través de los cierres, escuchan a la lluvia

como rondalla última que les envía el mar.

Orejas de burro

Como me recuerda un buen amigo, con la delicadeza de no corregirme en público, el arce es un árbol (además de un excelente restaurante de Madrid), y el bicho con cuernos es el alce. Dámaso bruto, bruto, bruto. Podría alegar en mi descargo que el lapsus viene motivado por el primer comentario de Juan Ignacio al post de Enrique García-Máiquez, o aludir a las prisas, nunca buenas, con las que entro y salgo del blog. Pero no hay parvedad de materia, así que es mejor expresar mis humildes disculpas cibernéticas e imponerme la penitencia de este post (ahora lo de escribir algo cien veces es fácil con el cortar-pegar).

16 julio 2006

Quidditas

Dice el gran Arp, con base en un post de Enrique García-Máiquez en el que cita a Rocío Arana, que no sabe exactamente qué tiene que ver el arcear del arce con la quidditas. La verdad es que los comentaristas a esa entrada, entre los que me incluyo, estuvimos metafísicos (y eso que al menos yo sí como).


Hasta donde llega mi amateurismo filosófico, la quidditas equivale a la esencia de las cosas, lo que las hace ser lo que son. Al arce le hace ser arce la "arceidad", que es su esencia, como a la mesa la "meseidad". ¿Qué es lo que hace a una mesa ser mesa? ¿qué la diferencia de una silla? No desde luego el color, ni el número de patas, ni el material de que está hecha. ¿Y al arce ser arce? Ni el pelo, ni las patas ni los cuernos. Todo eso son accidentes, y lo que les hace ser lo que son es la esencia. Lo que pasa es que nosotros somos capaces de conocer las esencias, no porque tengamos ideas puras platónicas, sino porque tenemos entendimiento agente y podemos abstraerlas de la materia sensible. La materia individualiza, la forma caracteriza.