Recién llegados a Estepona después de largas horas de viaje en caravana (no cabemos en un solo coche), me llevo a los mayores a la playa. Sin saber cómo, de repente me encuentro a Manu (4 años) rodeado de avispas enfurecidas. Le saco como puedo de allí y le cuento más de 10 picaduras. Peregrinación al centro de salud, inyección de Urbasón y gracias a Dios (y a las horas extra de su ángel de la guarda) como nuevo. Ha sido un valiente y el mal trago ha pasado.
Cuando lo llevaba en brazos a la carrera desde el lugar del crimen hasta el coche, llorando a moco tendido, gritaba: “¡A las avispas las ha hecho Dios! ¡A las avispas las ha hecho Dios! ¿Por qué ha hecho Dios a las avispas, papá?”. Y yo, resoplando y diciéndole que no son malas, pero que estaban asustadas porque creían que él les iba a quitar a sus hijitos. Lo primero que ha dicho al ver a Carmen es que él no quería robar nada, y que las avispas no tenían oídos, porque si los tuvieran, se lo habría dicho y no le hubieran picado.
Problemas, como diría d’Ors, de teozoología.