Ya no es que sean
toses, ahora es peor. El otro día, en Ibermúsica,
Das Rheingold en versión concertante, por
Den Norske Opera, donde en su día cantó la grandísima Kirsten Flagstad. La orquesta estuvo francamente bien, por encima de los cantantes, correctos casi todos a excepción de un Donner muy flojo (¡qué pena de
Schwules Gedunst!) y de una Erda notabilísima. La verdad es que, con toda la orquesta detrás --y no en un foso como en la ópera representada--, el riesgo de que la una se "coma" a los otros es grande (aunque a veces se sortea a la perfección, como en el excelso
Sigfrido al que me fue dado acudir el verano pasado).
Pero a lo que vamos. La ópera se tocó sin intermedios y dura 2,5 horas (con mucho la más corta del
Anillo). Por supuesto, el programa avisaba de ello. Es Wagner, y no gusta a todo el mundo. Las entradas valen un pastón, cierto, pero hasta pueden revenderse en la propia web de
Ibermúsica. Y, sobre todo, de verdad que no es obligatorio acudir. Pues nada. Señoras emperifolladas y señores trajeados abandonando la sala como abandonarían el Titanic al hundirse. En medio de la música, haciendo levantarse a toda la fila, taconeando por las escaleras, y sin el menor rictus de vergüenza o disculpa.
Más de cien profesionales en escena, interpretando una música compleja, sí, pero excelsa, épica, sublime y heróica. Y alrededor de mil personas interesadas y concentradas en la representación (a estas óperas no se va a descansar) tuvieron que ver como decenas de personas decidieron que los demás no importaban, y que su momentáneo estado de ánimo es lo que debía determinar su conducta. Bochornoso.
Voy a proponer el abono por puntos. Toses, tres puntos. Abandonos, retirada.