07 noviembre 2006

Sheldon Vanauken, del protestantismo al catolicismo

Continúa diciendo:

En este punto fue cuando me vino a la mente un comentario casual de hacía tiempo, cuando, en Oxford, un amigo que volvía de una larga estancia en Italia me contó con una sonrisa: “Todos los curas rurales de Italia creen con bastante seguridad que el Protestantismo está muriendo”. “Mira”, dicen, “mira el crecimiento del materialismo y el debilitamiento de la fe en Inglaterra y América; no se preocupan más que de enriquecerse. La religión se les muere. Es el sarmiento cortado de la Verdadera Vid, que se agosta. En uno o dos siglos habrá desaparecido, ¿y qué son un siglo o dos para la Iglesia?”. Nos habíamos reído y deseado que aquellos sacerdotes italianos hubieran visto la iglesia de San Ebón. Pero ahora ya no me hacía gracia. Empecé a pensar seriamente en la Madre Iglesia y a plantearme la cuestión que todo cristiano debería preguntarse alguna vez: es aquella enorme Iglesia, tan llena de fe y doctrina, tan llena de variedad excepto en la recia, inmutable fe, ¿es esta, después de todo LA Iglesia? ¿La Vid Verdadera? La pregunta, en síntesis, viene a ser: ¿Qué es la Iglesia? ¿Es la propia Iglesia Católica Romana, incluidos los fieles que están fuera, la Iglesia? ¿O es la “iglesia invisible” – la bienaventurada compañía de todos los fieles? ¿O hay una tercera respuesta? No lo sé, todavía no lo sé, aunque he estudiado y hablado con sacerdotes y monjas y pastores. No es el propósito de este escrito analizar la cuestión, pero admití que, una vez que la primera cuestión - ¿es Cristo Dios? – había sido respondida afirmativamente, debía encararme con la siguiente pregunta formulada por la existencia en la historia y la afirmación invariable de la Iglesia Católica.

Mientras tanto, fui descubriendo gradualmente a unos cuantos cristianos que me animaron. Una chica vino a mi casa a discutir acerca de un comentario mío casual sobre el cristianismo; volvió con un amigo y, no mucho después, se formó un grupo que discutía sobre el cristianismo: algunos de ellos eran cristianos o se convirtieron al cristianismo; a veces había reunido un pedazo de Iglesia: dos o tres reunidos en Su nombre. Mi parroquia, aunque luchaba con energía por una vida cristiana, era al menos un hermoso lugar, enriquecido, a pesar de sí mismo, por la inalterable fuerza e importancia de la liturgia; y en su altar uno recibía el Santo Sacramento. Yo sentía que esto era esencial: la Santa Eucaristía celebrada por un sacerdote ordenado por un obispo apostólico (la inquebrantable cadena de la imposición de las manos desde los Doce, tan parecida y tan distinta de aquella otra cadena, tampoco rota, de creyentes a través de la cual yo había recibido la fe). No niego que otros ritos de la comunión no otorguen gracia a los que comulgan: Dios puede limitarme, pero yo no puedo, seguramente, limitarlo a Él. Así que me aferré al Sacramento. Y pasaron los años: el grupo estudiantil, la oración, los sacramentos.

Entonces un domingo por la mañana, mi hija – en Cristo, otro eslabón de la interminable cadena, de ella a mí de mí a C. S. Lewis y de él a George McDonald y luego al que sea, hasta el propio Cristo – me llevó a comer al Hostal de los Pescadores, una cafetería llevada por la comunidad cristiana de la pequeña Iglesia ecuménica de la Alianza y allí estuvimos toda la tarde, una tarde de animada charla sobre la vida en Cristo. Gente a quien le interesaba inmensamente Cristo. Gente que caminaba a ese canto secreto. El Espíritu Santo flotando por la habitación “con cálido aliento y con, ¡ah! brillantes alas”. Era como volver a casa.


EL VACIO

¿Vivió Jesús? ¿Y pronunció realmente
las ardientes palabras que borran el miedo a la muerte?

¿Y son verdad? Esto es lo decisivo, aquí
la Iglesia debe mantenerse o caer. Cristo nos importa.

Todo lo demás sobra: el Diluvio, el Día
del Edén, el nacimiento virginal - ¡Es lo de menos!.

La Cuestión es: ¡Dios nos envió al Hijo
Encarnado, que pregona Amor! ¡Amor es el Camino!

Entre lo más probable y lo probado se abre
un vacío. Con miedo a saltar, nos detenemos desconcertados,
y vemos detrás de nosotros hundirse la tierra y, lo que es peor,
nuestro punto de vista se desmorona. Desesperada surge
nuestra única esperanza: arrojarse en la Palabra
que abre el universo cerrado.


Mañana, el epílogo de esta larga (y esperemos que no muy pesada) serie, donde Sheldon se bautiza. Se admiten apuestas acerca de quién será su padrino de bautizo. Una pista: ha escrito sobre Tolkien.

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