03 octubre 2006

Anton Bruckner

Comienza la temporada en Ibermúsica, y nos estrenamos con la Bayerisches Staatorchester, dirigida por Kent Nagano. El programa, de lo más apetecible: el Idilio de Sigfrido de Wagner y la Cuarta Sinfonía (Romántica) de Bruckner, en su versión original. Todo correcto pero demasiado plano, sin emoción (pecado grave con un programa como éste). Además, la Cuarta, auténtica puerta de entrada al universo bruckneriano, es mejor oírla en la versión de Haas que en la original.

A pesar de los pesares, volver a encontrarse en vivo con Bruckner, ese "místico gótico extraviado por error en el siglo XIX" (como lo definió Fürtwangler), ese "católico medieval arrojado al turbulento mundo de Wagner" (Paul Henry Lang), es toda una experiencia. No se puede sacar más de una orquesta sinfónica y, al menos para mí, sólo Bach puede comparársele en trascendencia y misticismo.

Algunos extractos del iluminado texto de Arnoldo Liberman que ilustraba el programa (de donde también proceden las citas anteriores):

"Este trovador de Dios (como llamó Liszt a Bruckner) era a la vez un hombre rústico, ingenuo y torpón ... que saciaba largamente sus sentidos con el festín gastronómico de un plato de knodel, que su [rectius, cuya] cachaza era motivo de mofa en todo el conservatorio de Viena, que justificaba el nacimiento de su Novena Sinfonía (una de las más hermosas nacidas de su estro) porque un bocadillo de pan con queso lo había inspirado, que su humildad rayaba en lo insólito, que a veces caía en torpezas inexplicables, este personaje, digo, significaba no sólo el espíritu dionisíaco al servicio de la música, sino al servicio incondicional de la Creación [¿es Bruckner o Chesterton?].
...
[Bruckner] proclamaba que si el público quería oír la música del hombre escuchara a Brahms y que sólo si quería oír a Dios escuchara sus sinfonías. Porque Bruckner no es sólo la montaraz inocencia del estremecimiento, sino que se trata del estremecimiento de una epifanía. Bruckner no sugiere que podemos ver a Dios, sino que es posible oírlo y que para ello no debemos estar dispuestos sino expuestos".

A todo aquél que quiera iniciarse en este genio absoluto de la música le recomiendo que comience por esta Cuarta (en las versiones de Celibidache o de Böhm), o por la Séptima (Barenboim u otra vez Celibidache). Y que vaya poco a poco. No se arrepentirá.

1 comentario:

E. G-Máiquez dijo...

Tu guiño chestertoniano me abre una puerta. A ver si soy capaz de traspasar el umbral. Siguiendos tus propuestas, lo intentaré. Muchas gracias.